¿Existe pareja sin deseo?

 

¿Qué papel tiene la sexualidad en la relación de pareja? ¿Es siempre imprescindible para que esta se sostenga? ¿Cómo va evolucionando la sexualidad a lo largo de la vida de la pareja?


La pareja aunque en su raíz se constituye desde la atracción sexual y el erotismo, se sostiene también en la ausencia de la sexualidad cuando el proyecto y las afinidades son profundas. El hecho de que para muchas parejas la atracción sexual haya sido requisito clave en el kit de partida, no quiere decir que una pareja no se sostenga sin dicha práctica.

De hecho, ¿cuántas parejas hace años constituidas no sienten casi deseo sexual entre ellas, y sin embargo su vinculación es sana y creativa?

¿Qué factor hace posible el deseo? ¿A qué se debe qué nos atraiga una persona y no otra? ¿Somos del todo conscientes de la causa por la que quien hoy nos atrae, no nos movilice ni nos encienda mañana?

Tal vez todos nos hemos hecho alguna vez esta pregunta y hemos sentido que no teníamos una respuesta satisfactoria. De hecho resulta muy afinado saber de verdad a qué objetivo responde la atracción hacia otra persona. En realidad lo que creemos que es biológico o cuestión de química, encierre causas sumergidas que alcanzan incluso la dimensión sistémica. Y asimismo lo que hoy parece calmar la sed de una carencia acumulada, tal vez cuando esta se sacia, la unión deja de tener sentido y el otro se desprende sin dejar gran huella.

¿Controlamos el deseo? ¿Podemos desear por el puro deseo de desear? ¿Deseamos tan solo aquello que satisface el objetivo que subyace en nuestro propósito de vida?



Al parecer el deseo nace de un fondo irracional que resulta quimérico alinearlo con nuestras propias “conveniencias”. De lo contrario nos atraerían tan sólo las personas que conviniesen a los intereses familiares, sociales y económicos de nuestra existencia. Y eso no es así. En realidad el deseo se muestra a veces ajeno a lo que parece interesar a las partes que más convienen a la salud de nuestra vida profesional y de pareja. Y aunque los seres que en nuestra trayectoria nos han atraído tengan algunos rasgos comunes, no está garantizado que de pronto el dragón no despertará, enfrentándonos a situaciones insospechadas.

Es por ello que el hecho de basar en el deseo la supervivencia de la unión con quien tenemos un proyecto y contacto bien cercano con el alma, supone un error que a menudo bien caro se paga. Lo que vincula a una pareja no es necesariamente el grado de deseo que se tenga para acostarse con ella, sino el sustrato transgenital y afectivo que aunque parezca increíble se manifiesta en el “tocarse” muchas veces al día. Suficientes estadísticas confirman que tan “inocente” contacto, resulta todavía más vinculante que el hecho de mantener relaciones sexuales con frecuencia.

El cuerpo sabe lo que queremos y no nos engaña. Bien sabemos que por más sexualizada que esté nuestra existencia, el mensaje del cuerpo no se limitará tan solo al deseo genital, sino a múltiples corrientes de empatía, cariño y bienestar que cuando son bien gestionadas, pueden convertirse en baterías de fuerza para las neuronas de nuestra alma.

En realidad, más allá del ámbito del sexo en su dimensión biológica, están las enormes posibilidades de comunicación y enfoque que el erotismo optimizado conlleva. La relación erótica va más lejos que un adictivo genitocentrismo que sin restarle valor, no garantiza la recarga de baterías ni el despliegue de la inteligencia cardíaca. Podría decirse que el erotismo puede incluir a la sexualidad genital, pero en la gestión de su refinada oleada, no cuenta necesariamente con ella.

En resumen, la amistad, la admiración y el profundo amor que brota entre los miembros de la pareja consciente, no es un vínculo descafeinado que dejó atrás aquel “café cargado” de furor y hormonas. La pareja evoluciona y pasa por etapas que atraviesan la pasión, la amistad y una fraterna danza de almas. Un danza que puede dejar pequeños los tiempos del romance en los que se escondía el deseo de una ansiosa cópula. En realidad los miembros de la pareja evolucionaria gestionan sus deseos de forma inteligente, sin cargar a su pareja con la responsabilidad de cubrir todas sus necesidades temporales y sus tendencias.

En realidad si observamos que tenemos deseos legítimos que deben ser satisfechos, y ante los que nuestra pareja puede hacer muy poco o nada, tengamos el coraje de gestionarlos con coherencia estableciendo nuevos acuerdos con nuestra pareja.

¿Acaso vamos a culpabilizar a la pareja de no satisfacer todas las ondulaciones posibles de nuestra sexualidad? ¿Será mejor pareja aquella que nos desee con mayor frecuencia? ¿Y qué hacer si funciona la convivencia a las mil maravillas, y sin embargo poco o nada funciona en la cama? ¿Y si es al revés, es decir, en la cama muchos colores, y sin embargo enfrentamos un desastre en la vida cotidiana?

La vieja cultura expresaba la teoría del “tres en uno”, es decir que cada miembro de la pareja debía garantizar al otro, satisfacción plena en lo físico, emocional y mental, y además “de por vida”. Sin embargo las cosas no siempre son así de apasionantes y redondas. El vertiginoso progreso de la humanidad, conlleva cambios psicológicos, hormonales y neurológicos que rompen los viejos moldes de aquella idealizada pareja. Ante esta revolución de costumbres convendrá vaciarse de aquellos prejuicios que traten de perpetuar lo que para muchos ya no funciona.

La sexualidad evoluciona como evoluciona la vida de la persona. Se madura desde la cantidad a la calidad, y de las superficies a las profundidades del alma. Hay cada vez más necesidad de liberarnos de ideas e ideales, y bailar en las afinidades más diversas y aparentemente contradictorias.

Convendrá indagar en las raíces de nuestro deseo, y comprobar cómo afecta a éste la negación, la mentira y otros factores de la propia incoherencia que primero comienzan en la mente y más tarde, van bajando a la base de nuestra realidad biológica. Tal vez si vigilamos el propósito y aceptamos lo que también somos en nuestra dimensión reptiliana, nos haremos cómplices sutiles del destino que tan a menudo escribe recto con líneas torcidas.


Por José María Doria


Publicado en Claves de Amor y Relaciones el 23 de diciembre de 2013

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