Había un pueblo que
vivía en los confines de Malendhar. Estaba situado en la base de dos
montañas paralelas, éstas se elevaban desafiantes hacía el cielo
mientras en el fondo un valle verde lleno de riachuelo guardaba un
poblado de agujas que se mecían al viento como juncos inmensos.
Prácticamente todos los
habitantes habían nacido al borde del mismo valle, sabían volar en
vuelos cortos y eran capaces de saltos prodigiosos entre las ramas de
los gigantescos árboles de la comarca.
Había una niña llamada
Diaserin que había nacido con las manos muy pequeñas y le costaba mucho
esfuerzo dar los enormes saltos entre los juncos, los riachuelos y el
arbolado verde del paraje, ella caminaba a pequeños pasos con cuidado
para no caer, y había aprendido a dar graciosos saltos poniendo en sus
pies las flores de adarlátuver, árbol que generaba constantemente unas
flores parecidas a globos de seda que ella sujetaba con lianas a sus
pies y le permitían impulsarse de un sitio a otro. Diaserin solo tenía
nueve años.
Conocía perfectamente
los riachuelos que montaña abajo deslizaban sus aguas al cauce del
mismo, todas las tardes salía de la escuela de Malendhar, sus estudios
eran indispensables para vivir en el valle. Aprendía biología, botánica,
ciencias del universo, el conocimiento del cielo, de las estrellas, la
orientación y lo que mas le gustaba a ella eran las lecciones de
emociones compartidas, asignatura sobre las buenas relaciones y el
desarrollo del amor, indispensable para todos los niños del valle, para
los adultos y para los más ancianos del lugar. Diaserin reía y compartía
con sus amigos, los que venían del fondo del valle, aunque muchos de
ellos eran diferentes, de otro color pero les unía a todos la práctica
de las mismas lecciones .
Nadie le había
importunado por sus pequeñas manos, tampoco había confiado su secreto,
el de sus saltos floridos, tampoco nadie se lo había preguntado. Al
salir del colegio jugaba al borde de los juncos saltando de piedra en
piedra intentando mantener el equilibrio evitando que sus zapatillas de
piel se mojaran ya que ello conllevaba un gran trabajo para secarlas y
volver a flexibilizar la piel para adaptarla a sus pequeños pies. Ella
era consciente de lo que valían estos excelentes pares de zapatos tan
especializados que fabricaba con gran placer un hombre anciano que vivía
cerca en la colina azul.
Cerca de la orilla de
uno de estos riachuelos existía un lavadero, en un tiempo no muy lejano
las mujeres acudían a lavar la ropa al mismo, ahora ya no se quería
contaminar con el calor corporal y la ropa se mojaba con agua de flores y
se ponía al sol quedándose blanca y perfumada tan parecida a la flor
del agualuna, una especie de azucena blanquísima y tersa que se parecía
al resultado de la ropa puesta al sol por lo que llevaba el mismo
nombre. Este lugar era uno de los preferidos por Diaserin, apreciado
para sus juegos y aventuras.
Tenía el lavadero un
ancho caño del que entraba agua continuamente y otro por el que una vez
cumplida su misión de mantener el nivel correcto salía de nuevo hacía el
riachuelo.
Por aquel caño, una
bonita rana de color verde llegó empujada por el agua en el momento en
el que Diaserin limpiaba sus manos y con un gracioso salto se posó en
ellas.
-¡Hola¡- saludó la ranita -¿Voy bien camino del río- Preguntó a la niña,
La niña la contempló de
cerca alzando sus manos, ¿quien decía que las ranas no eran bonitas?
ésta era preciosa, su color verde tenía distintas tonalidades en las
diferentes partes de su cuerpo.
-Si, por aquí vas bien a pesar de dar un rodeo, pero dime… ¿porqué quieres ir al río?
-He oído hablar muy bien
de él, de lo grande y caudaloso que es quiero hacerme una casa en sus
orillas, aquí nadie va apreciar mi belleza, -dijo haciendo un gesto
coqueto- allí encontraré quien me admire.
Diaserín suspiró, le
daba pena que se fuera aquella simpática ranita, teniendo tantas ganas
de quedarse con ella, aunque ya sabía que ningún animal o planta eran de
nadie aunque todos debían saber que hacer para que vivieran.
-Quédate aquí, este
lavadero en un buen lugar tiene agua corriente todo el año, yo te
visitaré todos los días y tendrás en mí una buena amiga y quien admire
tu belleza-.
La ranita dudó un
momento, la niña le agradaba pero no había abandonado su pozo para
quedarse unos metros más abajo en la primera ocasión que le proponían
-No, si me quedo tú serás una buena amiga pero no es suficiente, quiero tener todo el río a mis pies-
-Eso…es querer mucho y
estar muy segura de tus encantos, posiblemente todos los sapitos se
vuelvan locos por ti pero en el río hay peces, patos, y animales que se
alimentarían muy a gusto de tu carne verde y brillante…
-Los conquistaré- contestó la ranita muy segura de si misma- mira que se hacer…
Y saltando de la mano de Diaserin comenzó a brincar de un lado a otro con gracia y soltura sin apenas tocar el agua.
¡Bravo¡¡Bravo¡ aplaudió la niña entusiasmada, Qué bien lo haces
-¿Ves?-le dijo la ranita- si a ti te gusta tanto ¿porqué no le va a gustar a los que habitan el río?
-Tienes razón si tú quieres te acompañaré- he intentando imitarle en los saltos salieron juntas del lavadero.
Poco después llegaron a la orilla del río la ranita nunca había visto tanta agua.
-¡Que‚grande es¡-exclamó abriendo mucho los ojos.
-En ésta época del año es muy bajo su nivel -le aclaró la niña-
Antes de terminar la frase la ranita ya no le escuchaba, de un brinco se había sumergido en el agua.
Procurando no mojar sus
zapatillas rojas, permaneció un rato al borde del río sin moverse
contemplando la corriente y los pequeños remolinos que se formaban en
las piedras, volvió su mirada al punto donde se había sumergido la
ranita y girando suavemente regresó a casa.
Pasó el tiempo y las
zapatillas rojas de Diaserin quedaron pequeñas, el río cambió muchas
veces de color y últimamente la luna brillaba con más fuerza en las
noches de enero, los peces y los patos estaban callados. Diaserín
recordaba a su amiga la rana, el primer animal que había hablado con
ella, la primera vez que había escuchado las voces de la vida del valle,
la primera vez que reconocía su capacidad de integrar un todo en las
partes, y sabiendo esto, no sabía como comunicarlo guardando el secreto.
Una tarde, cerca del
anochecer desde la habitación de su casa oía el croar de una rana
croak..croak… Diaserin estaba convencida de que era la bonita ranita
verde que conoció en el lavadero que ha falta de un público que le
admirase le cantaba a ella.
Diaserin interpretó la
melodía de su amiga, era una mezcla de llanto, súplica y emoción, de
soledad, temores y al fin descanso. La niña también, por primera vez
comprendió lo que era la complejidad, sintió un gran amor que calentaba
su pecho hacia la pequeña rana vividora, y ella, que no había roto su
mundo equilibrado y sereno abrió su ventana y su corazón dejando entrar a
la rana, que cayó dormida casi al momento sobre un cojín debajo de la
cama.
Se había creado un pacto
que haría vibrar a los universos, era el pacto de la amistad entre
seres diferentes pero iguales. Las estrellas brillaron mas aquella
noche, algo estaba pasando en el mundo, un nuevo avatar en forma de niña
había venido a despertar a los durmientes.
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