12 PASOS PARA SIMPLIFICAR TU VIDA



1. ORDENA TU VIDA

Sentirás una gran oleada de inspiración cuando te deshagas de cosas que ya no son útiles en tu vida – Así que mientras menos posesiones necesites asegurar, cuidar, desempolvar, organizar y mover, más próximo estarás de ser libre.

2. ELIMINA DE TU AGENDA LAS ACTIVIDADES Y OBLIGACIONES INNECESARIAS E INDESEABLES

Dile “no” a las exigencias excesivas, y no te sientas culpable de inyectar una dosis de tiempo libre a tu rutina diaria.

3. ASEGÚRATE DE QUE TU TIEMPO LIBRE SEA LIBRE

Pasar una tarde leyendo o escribiendo cartas, viendo una película con un ser querido, cenar con los hijos o hacer ejercicio, es más inspirador que asistir a un evento en el que suelen abundar las conversaciones inútiles.

4. SACA TIEMPO PARA LA MEDITACIÓN Y EL YOGA

Saca por lo menos 20 minutos diarios, siéntate en silencio y establece un contacto consciente con Dios

5. REGRESA A LA SENCILLEZ DE LA NATURALEZA

No hay nada que sea más inspirador que la naturaleza, camina o acampa en el bosque; nada en un río, lago o en el mar; siéntate frente a una fogata, monta a caballo o esquía en la nieve.

6. MARCA DISTANCIA ENTRE TÚ Y TUS CRÍTICOS

Dales una bendición silenciosa a quienes andan buscando defectos o son amigos de las confrontaciones y apártate de su energía tan rápido como sea posible.

7. SACA UN TIEMPO PARA TU SALUD

Recuerda que tu cuerpo es el templo sagrado donde vives durante esta vida, así que saca un poco de tiempo cada día y haz ejercicio

8. JUEGA, JUEGA, JUEGA

Simplificarás tu vida y te sentirás inspirado si aprendes a jugar en vez de trabajar toda tu vida.

9. DISMINUYE EL RITMO

Cuando vayas en tu auto, disminuye la velocidad y relájate. Desacelera tu forma de hablar, tus pensamientos y el ritmo frenético de todo lo que haces. Dedica más tiempo a escuchar a los demás; sé consciente de tu inclinación a interrumpir y a dar por terminadas las conversaciones, y opta más bien por escuchar. Detente y aprecia las estrellas en una noche despejada, o las formas de las nubes en un día gris. Siéntate en un centro comercial y observa cómo todas las personas parecen ir deprisa y sin rumbo alguno.

10. HAZ TODO LO POSIBLE PARA EVITAR LAS DEUDAS

Recuerda que estás intentando simplificar tu vida, así que no necesitas comprar objetos que la complicarán y la trastornarán. Si no puedes adquirirlos, olvídate de ellos hasta que puedas hacerlo; al contraer deudas, sólo agregas más capas de ansiedad a tu vida.

11. OLVÍDATE DEL VALOR EFECTIVO

No te niegues a los placeres de la vida por razones monetarias; no determines tus compras por el hecho de obtener un descuento, y no te prives de sentir alegría porque no te hicieron una rebaja.

12. ACUÉRDATE DE TU ESPÍRITU

Si la vida te parece muy compleja, rápida, desordenada, frenética o difícil, acuérdate de tu propio Espíritu. Estás enca¬minado a la inspiración, un lugar sencillo y pacífico en donde estás en armonía con la sincronización perfecta de toda la creación. Viaja mentalmente allí y detente con frecuencia para recordar lo que realmente quieres.

WAYNE DYER

Soy un verdadero escéptico. Más allá de los sentidos y del control social








Un escéptico es la persona que no cree. Sin embargo, es preciso creer en algo para sustentar el juego de la vida y encontrar un motivo para salir de la cama por la mañana. Por lo menos, es preciso creer que existe un suelo que te va a sostener. Realmente, la experiencia de la vida exige que depositemos confianza en un sinfín de cuestiones. Tenemos que creer en que cuando hemos abierto los ojos por la mañana existe una coherencia entre nuestras comprensiones acumuladas en la memoria y la realidad que ahí fuera nos aguarda. Y aún más, confiamos en poder pensar, hablar, comunicarnos con los demás e independientemente de lo que pensemos, hablemos u opinemos, depositamos automáticamente nuestra confianza en una enorme base de creencias irrenunciable si queremos compartir la realidad con los demás. De modo que, como vemos, escéptico estrictamente hablando, no es posible ser, ya que la experiencia depende de la creencia.

Escepticismo para justificar la estrechez de miras
Habitualmente, se suele asociar el término escéptico a aquella persona que tan solo cree en lo palpable, lo verificable por los sentidos y en aquellas creencias e ideas tradicional o científicamente aceptadas como ciertas. En mi opinión, no es adecuado llamar escéptico a este tipo de persona, aunque esté tan extendido este uso, ya que más bien es una persona que cree profundamente en sus sentidos y que no cree inconscientemente en “lo de siempre”. Puede tratarse de una persona con un tremendo miedo a resultar ingenuo, engañado o dañado, también puede ser alguien atrapado en el temor al rechazo, personas que quieren encajar y por ello asumen las creencias “socialmente verificadas y demostradas”, las menos extravagantes. La mayor parte de las veces son personas que emplean esta sobriedad científica y escéptica para justificar su estrechez de miras y su miedo a la apertura mental –siempre perturbadora.
Muy familiar nos resulta considerar que lo verdaderamente cierto –o evidente- es tan solo lo que nos muestran los sentidos, lo palpable, se trata de una de las claves del materialismo imperante. Sin embargo, los sentidos alcanzan tan solo a una finísima capa de la realidad: un conjunto de frecuencias bastante escaso para la visión, un espectro de vibraciones sonoras verdaderamente limitado, y ya no hablemos de las limitaciones experienciales del resto de los sentidos tradicionales. De hecho, las investigaciones con microscopio y desintegradores de partículas nos hacen ver lo radicalmente distinta que se muestra la realidad según el “aparato” que se emplea para observarla. Es una primera noción de que los sentidos solo nos dan acceso a un muy limitado nivel de la verdad.
Mas allá de las vibraciones que recogen y traducen en electricidad nuestros sentidos, nuestra mente organiza la percepción. Ahora si que podemos olvidarnos de la evidencia que los mal llamados “escépticos” atribuyen a los sentidos. Las creencias profundas de cada persona, criadas durante toda su experiencia vital, afectan poderosamente a la experiencia de lo percibido, aunque nuestros transductores -los sentidos- sean mecánicamente similares.

Economía interpretativa
Además, y por si fuera poco, nuestro sistema perceptivo automáticamente “modifica” lo que recogen nuestros sentidos con el fin de simplificar y facilitar la comprensión de lo percibido –como está ampliamente demostrado por la Gestalt- y dedicar menos energía a la interpretación de la realidad. Esta economía interpretativa con la que está dotada nuestra percepción da como resultado que, en gran medida, se podría decir que nuestros sentidos nos engañan. Existe un sinfín de dibujos y ejercicios visuales que demuestran tales anomalías.
Para no profundizar más en este asunto, basta preguntarte: si realmente solo crees en los sentidos ¿cómo puedes saber que piensas, sientes o te emocionas? ¿Niegas tu realidad más humana?
La genuina corriente filosófica del escepticismo, lejos de conformarse con los paradigmas sociales y muy lejos de la habitual adoración a los sentidos propia de la era materialista, pretendía precisamente una revolución en la comprensión de la realidad humana. Desde el siglo IV a. de C., se enfrentaron a la religión y sus conceptos de un dios creado a imagen y semejanza de las debilidades humanas, desafiaron a las supersticiones, a la moral –la existencia de lo bueno y lo malo- y desconfiaron de todo discurso que tuviera como bandera “verdad” alguna. Estimularon el relativismo y el subjetivismo que hoy tanta relevancia tienen en el nuevo pensamiento. El escepticismo profundiza en las raíces de la humildad, el reconocimiento de que todo saber humano es parcial y se enfrenta radicalmente a las ideas establecidas.
Bajo un punto de vista más profundo y, por supuesto, sencillo, el verdadero campo de creencias al que se limita un escéptico es lo que podríamos llamar el “sentir de la evidencia”, aquello que se siente como evidente. Como vemos, se trata de un sentimiento, algo intangible, claramente personal e intransferible, lo que define lo auténticamente evidente. Son nuestro sentimientos, y no nuestros sentidos, los que nos conectan con “la verdad” –o mejor dicho, nuestra verdad accesible en el ahora- seamos o no conscientes de ello.
El escepticismo nos invita a profundizar en una sincera y revolucionaria búsqueda personal más allá de nuestros sentidos y más allá de la conciencia social.
Yo creía que era un creyente, una persona de fe. Ya no lo creo. Al profundizar, me he dado cuenta de que soy un terrible escéptico. Un verdadero escéptico. Alguien que no cree en lo aparente, en lo creado artificialmente, en lo tradicionalmente evidente. He cotejado mi “sentir de la evidencia” y he descubierto mi profundo escepticismo.
No creo que haya nadie bueno ni malo, lo cual implicaría que hubiera alguien mejor que otro, y no creo en el elitismo. No creo que nadie sea egoísta o altruista. Es un juego en el que se juega de diferentes maneras. No creo ni siquiera que nadie sea nada que se pueda definir. Lo que hagas o lo que dejes de hacer no te hará mejor ni peor. No creo que nadie se merezca nada, tampoco creo que merezcamos todo, más bien no creo en la existencia del merecimiento. No creo en el éxito ni en el fracaso, siempre son puntos de vista limitados y fragmentados.
No creo en el miedo, es un experimento. No creo en la muerte, ni siquiera en la muerte del cuerpo. Ni siquiera creo en la enfermedad. No creo que una corriente produzca un resfriado, ni que un despiste produzca un accidente. No creo en las causas que conocemos. No creo en la virtud del esfuerzo. No creo que esforzarse sirva para nada, si no es para reforzar otras falsas creencias hijas del sacrificio, en el cual no creo. No creo en el premio ni en el castigo. Es el juego de manipular las consecuencias según nuestras infantiles exigencias. No creo en la educación. Los niños crecen sanos si son libres, sin interferencia, sin más, ellos mismos. No creo en el compromiso, aunque haga sentir seguras a las personas, no creo en la seguridad, tan famosa hoy, no creo en limitación cualquiera de la libertad.
No creo en la manipulación encadenada de las estructuras sociales. No creo en las instituciones, ni en las leyes, aunque en nuestro juego se multiplican como una plaga. No creo en el trabajo. El hombre se ha hecho esclavo de si mismo, sin importar su condición financiera o social, en la cual no creo. No creo en la justicia, actuar en nombre de ella es arrogancia, solo tiene sentido para el que no puede verla en todas las cosas. Y si la ves en todas las cosas, entonces no existe justicia ni injusticia. No creo en los fuertes y débiles, en los ricos y pobres, en las víctimas y los verdugos, en los buenos y malos, en las diferencias que contemplamos y fabricamos. No creo que nadie sea más importante que nadie. Ni siquiera creo en la “importancia” que conocemos. No creo en la propiedad de ningún tipo. No creo que poseamos nada nunca, jugamos muchos juegos basados en la creencia del miedo y la carencia.
No creo que el amor de madre sea incondicional, condicionado a su hijo en exclusiva. No creo en la familia como algo más importante que otra cosa cualquiera. Otro grupo en el que nos resguardamos marcando el “nosotros” y el “ellos”. No creo en la inocencia de los niños mas allá de la inocencia de cualquier adulto, ya esté encarcelado, acusado de terrorismo o nombrado presidente de los Estados Unidos. Porque no creo en la inocencia ni en la culpa. No creo en las naciones, por supuesto, unidas o sin unir, desarrolladas o en “vías de desarrollo”, no creo que existan. No creo en las banderas, ni en los cargos, ni en las posiciones. No creo en los papeles que representamos.
No creo en lo que veo, ni en lo que oigo. No creo en tus ideas. No creo en las cosas que las personas me cuentan. No creo en mis pensamientos, juguetones, caprichosos y limitados. ¡Esto es verdaderamente ser escéptico!
No creo ni siquiera en mi escepticismo. Por ello vivo cada día empapándome de una realidad en la que no creo, cabalgando en la ilusión, arrojado a la aventura del misterio. Sintiendo cada una de estas cosas que no creo como si fueran las más reales partes de mí. Estoy entregado, rendido a mi papel en el juego. Todo me afecta, me hace reír y llorar. Y cuando llego al fondo de mi corazón, recuerdo que no creo. Entonces despierto, me libero y estoy en paz.
Sobre todo, no creas en lo que te digo.

Página web de Jorge Lomar

El Sutra del Corazón

 

  Prajnaparamita Hridayan Sutra

 
¡Rindamos homenaje a la Perfección de la Sabiduría,
la Adorable, la Sagrada!
Avalokita, el Sagrado Señor y Bodhisattva,
se internó en el profundo curso de la Sabiduría
que todo lo trasciende.
Mirando hacia abajo, desde lo alto,
sólo contempló cinco agregados,
y vio que, en sí mismos,
estaban vacíos.
 
Aquí, ¡Oh! Sariputta, la forma es vacío
y el vacío mismo es forma;
el vacío no se diferencia de la forma,
la forma no se diferencia del vacío;
todo lo que es forma, es vacío;
todo lo que es vacío, es forma;
lo mismo es aplicable a los sentimientos,
a las percepciones, a los impulsos y a la consciencia.
Aquí, ¡Oh! Sariputta,
todos los dharmas se caracterizan por el vacío;
ni son producidos, ni detenidos,
ni están mancillados, ni son inmaculados,
ni son deficientes, ni completos.
Por lo tanto, ¡Oh! Sariputta,
en el vacío no hay forma,
ni sensación, ni percepción,
ni impulso, ni consciencia;
ni ojo, ni oído, ni nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente;
ni formas, ni sonidos, ni olores, ni sabores, ni cosas tangibles, ni objetos de la mente,
ni elementos del órgano visual,
y así sucesivamente
hasta que llegamos
a la ausencia de todo elemento de consciencia mental.
No hay ignorancia, ni extinción de la ignorancia,
y así sucesivamente,
hasta que llegamos a la no existencia de decadencia ni muerte,
ni extinción de la decadencia ni de la muerte.
No hay sufrimiento, ni origen, ni cesación, ni camino;
no hay cognición, ni logro, ni no-logro.
Por lo tanto, ¡Oh! Sariputta,
el Bodhisattva,
a causa de su estado de no persecución de logros,
y habiéndose confiado a la perfección de la sabiduría,
vive sin pensamientos que lo envuelvan.
Al no estar envuelto en pensamientos,
nada le hace temblar,
y superando toda preocupación,
alcanza al fin el Nirvana.
Todos los que aparecen como Budas
en los tres períodos del tiempo,
despiertan por completo a la excelsa,
verdadera y perfecta Iluminación
porque se han confiado a la perfección de la Sabiduría.
Por lo tanto, uno debería reconocer al prajnaparamita como el gran sortilegio,
la quintaesencia de la gran Sabiduría,
el sortilegio supremo, el sortilegio inigualable
que alivia todo sufrimiento, en verdad—
porque ¿qué podría ir mal?
Este sortilegio procede del prajnaparamita
y dice así:
Se fue, se fue, se fue más allá;
se fue, trascendiéndolo por completo.
GUEIT, GUEIT, PARAGUEIT, PARAMASAMGUEIT,
BODI SUAJA
¡Oh! ¡qué despertar! ¡Aleluya!
Esto completa el corazón de la perfecta Sabiduría.