El arroyo que deseó ser corriente en el océano:sobre el valor de aprender viviendo nuestra propia experiencia...



El inquieto hijo de un rico mercader, se dirigía de nuevo a su hogar, después de licenciarse. Por el camino, parose a reponer fuerzas y se sentó junto a un arroyo serpenteante de aguas cristalinas y musicales. Observándolo, su imaginación le brindó la idea de que él era como aquellas aguas, que repicaban frenéticas contra las rocas de sus lindes sin saber adonde éstos las conducían. Su rumor, le pareció una queja desesperada de éstas, pues podían correr sólo con la velocidad que mandaba la pendiente, y sólo en el camino que marcaba su cauce.

Sus educadores habían llenado su cabeza de conocimientos. La aritmética aprendida habría de servirle algún día para llevar el negocio de su padre. El dominio del lenguaje lo había convertido en un buen orador capaz de expresarse con soltura. La lectura de los viejos sabios, le había proporcionado respuestas a cientos de problemas cotidianos, tanto triviales como complejos. El disfrute de las artes deleitaba sus sentidos enriqueciendo su alma. Y sin embargo, allí, absorto en aquel pensamiento, se sintió como aquel pobre arroyo, acaudalado en conocimientos y a la vez preso de un cauce. Y decidió entonces que no quería ser como él, decidió que quería ser como una corriente en el océano. Libre de cauce y pendiente. Libre para viajar con el rumbo y la velocidad que solo él decidiera.

Tomó de nuevo camino, pero sin dejar esa idea atrás. Y empezó a preguntarse que era lo que le podía faltar en lo aprendido para dejar de ser arroyo y convertirse en corriente. Llegó a casa cuando el sol ya tocaba tierra por el oeste, y ni siquiera la fatigosa jornada de viaje había borrado esta pregunta de su mente. Al despertar al día siguiente, se dispuso a visitar a su amado padre. Por el camino hacia el salón donde éste le esperaba impaciente, notó en todo sirviente con el que se cruzó, un ademán de respeto desconocido. Todos lo saludaron con su nombre, y no con el tratamiento que se solía dar a los jóvenes ricos por aquellos lugares. Aquello le hizo sentirse incómodo de tal manera, que fue inclinándose ante cada uno ellos diciendo; - No merezco tal honor, soy arroyo y no corriente, tan solo arroyo. Los sirvientes sonreían por tal ocurrencia, sin tener, por supuesto, remota idea de a qué hacía referencia su joven amo. Y su confesión, aunque incomprendida, le hizo sentirse bien. Y empezó a correr, repitiéndolo sin cesar en voz alta;

- "¡Soy arroyo y no corriente!"

El abrazo de su padre también le resultó extraño, lejos de sentirlo carente de afecto, le pareció solemne y ceremonial.

- "¿Qué pasa padre?. Preguntó el joven con sorpresa. ¿Por qué tu abrazo no es el de siempre?"

- "Es el orgullo que me provocas hijo, que no me deja apretar más los brazos", respondió el padre visiblemente emocionado. "Ayer me visitó el Gran Maestro, y me dijo que tú eres el elegido este año. Irás a conocer al Viejo Sabio."

Era tradición en aquella tierra, que los maestros escogieran, de entre sus discípulos licenciados, aquel que consideraran había aprovechado con más éxito sus enseñanzas. El premio era ir a conocer al Viejo Sabio. Maestro de maestros, erudito entre eruditos, se decía que si una pregunta tenía respuesta, él la conocía.

Marat, que así se llamaba el joven, vio en este honor la oportunidad de conocer la solución a la cuestión que se había instalado en su corazón, desde su alto en aquel arroyo. Sin perder tiempo se dispuso entusiasmado a emprender su viaje, el Viejo Sabio vivía a más de tres días de camino, en La Montaña De Los Pensadores. Donde antes que él, habían morado importantes sabios desde tiempos perdidos ya para la memoria de su pueblo.

Al llegar al lugar donde vivía el anciano, le sorprendió que éste vivía en una modesta choza rodeada de un magnifico jardín, como jamás había contemplado. La puerta estaba abierta, y el joven se aventuró a atravesar el umbral sin pedir permiso. El Viejo Sabio estaba sentado junto a un fuego en el que estaba calentando una tetera.

El Joven hizo una reverencia saludando respetuosamente y esperó a que el maestro le contestara. Éste parecía de lo más corriente, ni siquiera su ademán le pareció el de alguien a quien se le atribuía tanta sabiduría.

- "Y dime muchacho, ¿te apetece una taza de té? Debes estar agotado de tu viaje", espetó el anciano.

Marat aceptó el ofrecimiento, y alentado por el maestro pasó a relatarle como aquel arroyo le había sugerido la idea de que su educación le parecía incompleta, pues se sentía que ésta no le confería la cualidad de alcanzar nada nuevo. Que sólo daba solución a lo conocido, y que se sentía limitado por ella. Que él quería ser libre como una corriente en el océano. Y que daba gracias por haber tenido el gran honor de poder visitarle, pues confiaba en que un gran sabio como él le diría qué le faltaba para lograr su deseo.

El anciano se incorporó y anduvo unos pasos hasta colocarse frente a la ventana desde donde podía contemplar su jardín.

- "Este bello y armonioso jardín es creación mía", dijo. "Cada brizna de hierba está plantada con estas manos cansadas. Aunque crezca bañada por el sol y regada por la lluvia, yo siempre la mantengo a la medida que quiero. He levantado cada roca que decora este jardín y la he colocado exactamente donde deseaba. Si alguna de ellas me pareció no estar en armonía, la he hecho añicos para eliminarla. Antes de plantar ni un solo árbol o planta, arranqué todas las malas hierbas. Y sigo arrancándolas cada día aunque insistan en rebrotar. Obsérvalo bien, no hay nada en él dejado al azar. Es tal y como lo imaginé cuando todo esto era apenas un desierto yermo. Incluso el canto de los pajarillos que ahora lo habitan, estuvo primero en mi mente. Es tal y como yo quiero que sea."

Marat estaba maravillado observando aquel hermoso jardín y escuchando las palabras de aquel anciano, de quien esperaba la solución a su problema.

- "Nada más te enseñaré hoy", sentenció el anciano. "Si realmente quieres obtener la respuesta, deberás aprenderla por ti mismo, pues así tendrá un efecto que no tendría si la obtienes de mis labios. Si realmente la quieres, disponte a pagar el precio que vale."

El joven estaba decidido a obtener lo que había venido a buscar.

- "Estoy dispuesto a pagar el precio, Maestro", dijo con determinación. "Sepa que mi padre es un comerciante muy rico, y acepte el hermoso corcel que me ha regalado para hacer este viaje, como adelanto por sus enseñanzas."

- "No seas necio", dijo el sabio, "el precio lo pagarás tú y no tu padre. Monta tu caballo tomando dirección al norte, y cuando hayas cruzado el río desmonta en la primera pradera que encuentres, libéralo de toda carga y siéntate a esperar. No pierdas ningún detalle. Sí joven, lo primero que tienes que aprender, te lo enseñará un caballo. Luego vuelve, la segunda lección te la dará el río."

Las primeras praderas estaban apenas a media jornada de camino. Cuando Marat llegó hizo lo que le había demandado su maestro. El caballo estaba tranquilo, y permaneció junto a él toda la tarde. Primero sereno. Luego empezó a trotar, trazando pequeños círculos al rededor de su amo, en los que iba cambiando de dirección, cada vez con más frecuencia. A continuación, los círculos empezaron a hacerse más y más grandes. Finalmente, hizo un relincho vigoroso, y desapareció al galope en la llanura.

Invadido por la duda, lo primero que pensó el joven, fue que si había aprendido algo, era una forma estúpida de perder un valioso corcel. En ese momento estuvo a punto de renunciar a su meta en la primera dificultad. Afortunadamente para él no lo hizo. La renuncia devalúa la madera de la que estamos hechos, y entrega algo de nosotros, que como todo lo de valor, es fácil de perder y costoso de recuperar.

El fervoroso deseo de obtener su propósito, le hizo recordar las palabras del anciano: “No pierdas ningún detalle”.

El joven cerró entonces los ojos, y reprodujo en su imaginación, cada uno de los movimientos de su caballo. "¡Claro!", pensó. "El caballo no fue libre cuando yo corté sus riendas. El caballo fue libre cuando se supo libre."

Contento por saberse victorioso en la primera prueba, el joven emprendió el camino de vuelta. Al llegar al río, cayó en la cuenta de que lo había cruzado a caballo, y que ahora a píe, los rápidos y la profundidad se lo impedirían. Creyó que la solución estaría en vadearlo en otro lugar, pero si se dirigía al nacimiento, pronto encontraba un enorme salto, y si se dirigía a la desembocadura, cada vez se hacía más rápido y profundo.

El aliento que le había conferido su primera victoria, lo llenó de coraje y saltó al agua. Tras las primeras brazadas vio como la orilla de enfrente se desplazaba a gran velocidad. Sintió tanto pánico, que volvió hacia atrás, saliendo del agua unos cuantos metros en dirección a la corriente.

- "Nunca cruzaré el río. Las patas de mi caballo eran fuertes, pero a mí, a mí me arrastrará hasta que pierda el fuelle, y acabaré ahogándome", se dijo desesperado.

Hizo noche en el río, pensando en abandonar y volver a casa.

- "Pero, ¿cómo?. Mi casa está al sur y para renunciar, también se hace preciso vadear el río."

Llevado por su entusiasmo, no se había percatado de que el viejo zorro lo había puesto en una tesitura sin elección.

La mañana siguiente, era como cualquier otra mañana de verano en aquellos lugares. El viento soplaba tenuemente moviendo la vegetación. Los animalitos continuaban con su despreocupada vida, y el río seguía allí, ignorando que fuera un problema para nadie. Fue entonces y sólo entonces, cuando Marat entendió que aquel río, era profundo y rápido sólo en su interior. Así que se sentó frente a él, cerró los ojos, y empezó a imaginarlo como aquel arroyo que, en cierta manera, le había conducido hasta allí. Y fue allí, en su interior, donde lo diseñó en calma y sin peligro. Luego trazó la línea recta que lo conducía hasta la otra orilla, y al abrir los ojos, cayó en la cuenta de que había nadado distancias como aquella cientos de veces. Que la velocidad del agua no debía preocuparle si no luchaba en su contra, y que si en su nado seguía aquella línea que había trazado en su mente, sólo tenía que dar una brazada después de la otra.

Volvió a saltar al agua, pero esta vez con los ojos cerrados. Los abrió cuando tocó las rocas de la otra orilla mucha distancia aguas abajo. En aquella majestuosa mañana de verano, un simple río le había enseñado que hay fronteras, que sólo son tales si así las vemos en nuestros corazones.

Eufórico, Marat tomó camino hacia la morada del Viejo Sabio. Y al llegar, encontró sólo una choza abandonada y polvorienta en medio de una llanura yerma. Donde imaginó un bello jardín, del que arrancó la hierba del rencor, y también la de la ofensa y la injusticia. Y las siguió arrancando cada mañana. Donde rompió en pedacitos la roca de los miedos y la desesperanza. Donde plantó el árbol de la prosperidad, y también el del amor. Donde dejó de sentirse arroyo, donde fue corriente.

Akhennion

Construir o plantar


Un texto anónimo de la tradición dice que cada persona, en su existencia, puede tener dos actitudes: construir o plantar.

Los constructores pueden demorar años en sus tareas, pero un día terminan aquello que estaban haciendo. Entonces se paran, y quedan limitados por sus propias paredes. La vida pierde el sentido cuando la construcción acaba.

Pero existen los que plantan. Estos a veces sufren con las tempestades, las estaciones y raramente descansan. Pero al contrario que un edificio, el jardín jamás para de crecer. Y, al mismo tiempo que exige la atención del jardinero, también permite que, para él, la vida sea una gran aventura.

¿Por qué es tan difícil relacionarse?



Porque todavía no eres. Hay un vacío interno y el miedo de que, si te relacionas con alguien, tarde o temprano descubrirán que estás vacío. Por eso parece más seguro mantener una cierta distancia de la gente; al menos puedes fingir que eres.

No eres. Aún no has nacido, eres sólo una oportunidad. Toda­vía no eres una plenitud, y sólo dos personas plenas pueden rela­cionarse. Relacionarse es una de las cosas más grandes de la vida: relacionarse significa amar, relacionarse significa compartir. Pero antes de poder compartir, debes tener. Y antes de poder amar debes estar lleno de amor, desbordante de amor.

Dos semillas no pueden relacionarse, están cerradas. Dos flores sí pueden relacionarse; están abiertas, pueden ofrecerse su fragan­cia mutuamente, pueden bailar al mismo sol y al mismo viento, pueden tener un diálogo, pueden susurrar. Pero eso no es posible para dos semillas.

 Las semillas están completamente cerradas, sin ventanas, ¿cómo se van a relacionar?
Y esa es la situación. Cuando nace, el hombre es una semilla; puede llegar a ser una flor, puede que no. Todo depende de ti, de lo que hagas contigo mismo; todo depende de si creces o no. Es tu elección, y hay que afrontar la elección a cada momento; cada mo­mento estás en la encrucijada.
Millones de personas deciden no crecer. Permanecen como se­millas; permanecen como potencial, nunca se hacen realidad. No saben lo que es realizar el propio potencial, no saben lo que es la autorrealización, no saben nada sobre ser. Viven completamente vacíos, mueren completamente vacíos. ¿Cómo van a relacionarse?
 
Será exponerte a ti mismo, tu desnudez, tu fealdad, tu vacío. Parece más seguro mantener una distancia. Incluso los amantes mantienen una distancia; sólo llegan hasta un punto, y permane­cen alerta para ver cuándo retroceder. Tienen límites; nunca cru­zan los límites, permanecen confinados en sus límites. Sí, hay una especie de relación, pero no es la de relacionarse, sino la de la po­sesión.
 
El marido posee a la mujer, la mujer posee al marido, los pa­dres poseen a los hijos, y así sucesivamente. Pero poseer no es re­lacionarse. De hecho, poseer es destruir todas las posibilidades de relacionarse.
 
Si te relacionas, respetas; no puedes poseer. Si te relacionas, hay una gran reverencia. Si te relacionas, te acercas muchísimo, estáis muy, muy cerca, en profunda intimidad, en imbricación. Sin embargo, no interferís en la libertad del otro, que sigue siendo un individuo independiente. La relación es de tipo «yo»«tú», no «yo»«eso» superponiéndose, interpenetrándose y, a la vez, en cier­to sentido independientes.
 
Khalil Gibran dice: «Sed como dos pilares que sustentan el mismo techo, pero no empecéis a poseer al otro, dejad al otro in­dependiente. Sustentad el mismo techo, ese techo es el amor.»

Dos amantes sustentan algo invisible y algo inmensamente va­lioso: cierta poesía de ser, cierta música que se oye en las partes más recónditas de su existencia. Ambos lo sustentan, sustentan cierta armonía, pero permanecen independientes. Pueden mos­trarse al otro porque no hay miedo. Saben que son. Conocen su propia belleza interna, conocen su propia fragancia interna; no hay miedo.

Pero normalmente existe el miedo, porque no tienes ninguna fragancia; si te muestras, simplemente apestarás. Apestarás a celos, odio, ira, lujuria. No tendrás la fragancia del amor, la oración, la compasión.

Osho

Kōans : Desafios a la mente racional

 Se trata de un término japonés utilizado en el budismo zen para designar una especie de problema en el que el maestro formula a sus discipulos para que lo resuelvan. En este sentido, el koan es una fórmula didáctica anclada en una pregunta en apariencia absurda. Estos desafíos planeados por el maestro podrían ser considerados, tras una mirada superficial, carentes de sentido.


 


Un kōan (公案; Japonés: kōan, del Chino: gōng'àn) es, en la tradición zen, un problema que el maestro plantea al novicio para comprobar sus progresos. Muchas veces el 'kōan parece un problema absurdo, ilógico o banal. Para resolverlo el novicio debe desligarse del pensamiento racional y aumentar su nivel de conciencia para intuir lo que en realidad le está preguntando el maestro, que trasciende al sentido literal de las palabras.

Quizá el kōan más famoso es aquel en el que el maestro hace un palmoteo y dice: "Este el sonido de dos manos, ¿cuál es el sonido de una sola mano?" (según tradición oral atribuida a Hakuin Ekaku, 1686-1769, considerado el recuperador de la tradición de los kōan en Japón). Este kōan también es famoso en la cultura occidental por habérsele dado un buen número de respuestas espurias o incorrectas tales como: chasquear los dedos, el silencio de mover una mano en el aire, darle una bofetada al profesor, poner la mano debajo de la axila para hacer ruidos obscenos, etc.


Los kōan se originan con los dichos y hechos de iluminados y figuras legendarias, generalmente aquellos que tienen autoridad para enseñar por descender de la línea de Bodhidharma. Los kōan reflejan la iluminación o despertar de tales personas, y tienen el propósito de desconcertar el pensamiento discursivo lógico-racional y provocar un shock mental que lleve a un aumento de conciencia (despertar). Los maestros zen, a menudo recitan y comentan kōan, y algunas veces se concentran en ellos durante sus sesiones de meditación. Los profesores pueden utilizar los kōan como una manera de sondear a los estudiantes acerca de sus progresos iniciáticos y comprobar si ya han tenido experiencias de entendimiento de la doctrina y de despertar (Satori). Las respuestas pueden ser orales pero también pueden ser gestos o acciones.

En la cultura occidental, un tanto ajena a las sutilezas de la filosofía oriental, a veces se encuentra el término kōan referido a preguntas que no tienen respuesta o a enunciados sin sentido. Sin embargo para un monje zen, un kōan no es algo que no tenga sentido, y los profesores zen aguardan una respuesta adecuada cuando formulan un kōan. Hay que aclarar que un kōan no es un acertijo, y aunque en la literatura hay respuestas ortodoxas, dependiendo de las circunstancias en que el kōan es formulado puede variar la respuesta apropiada. El maestro no está buscando que el discípulo sepa la respuesta correcta, sino evidencias acerca de sus progresos en la filosofía zen y la aplicación en su vida diaria.



El sentido del koan

El koan tiene como objetivo romper las pautas normales de pensamiento e introducirse en una súbita conciencia de iluminación. La idea que inspira este método es que el hábito de la lógica y la conceptualización impide tomar contacto con la realidad última.

Cuando el discípulo explica sus ideas lógicas como respuesta a un koan, probablemente no esté pensando en la dirección adecuada a la enseñanza que se le pretende impartir. El zen no es una disciplina intelectual basada en la dialéctica sino algo que opera más alla de la lógica buscando una verdad que es certera por intuitiva y por ello, liberadora.

Así pues, para el budismo zen, mientras que la razón es muy útil para la vida diaria, no puede resolver el problema último con el que cada uno de nosotros se enfrenta cuando busca hallar el sentido de la vida.


Cómo no se resuelve un kōan

En la cultura occidental, el alumno aprende del profesor siguiendo el hilo de su discurso lógico, paso a paso. El maestro zen, por el contrario, exige un salto a su alumno, debe obtener un conocimiento inmediato por sí mismo. Por lo tanto los kōan nunca se resuelven siguiendo la lógica del enunciado o tras un análisis racional del problema. De hecho mientras el alumno tenga su pensamiento entretenido y prisionero del discurso racional, no podrá encontrar la solución.


Ejemplos


¿Tiene un perro naturaleza de Buda?



Un monje preguntó a Zhàozhōu, "¿Tiene un perro naturaleza de Buda o no? Zhaozhou respondió, "".


Matar el Buddha



Si te encuentras con Buddha, mátalo.

Linji

Si estás pensando en Buddha, esto es pensamiento e ilusión, no iluminación. Uno debe destruir preconcepciones de Buddha. El maestro zen Shunryu Suzuki escribió en su libro Mente Zen, Mente de Principiante durante una introducción al Zazen, "Mata a Budda si Budda existe en alguna otra parte. Mátalo porque deberías asumir tu propia naturaleza de Buddha"


Un nuevo nombre



Eido Tai Shimano visitó al Maestro Shunryû Suzuki

- ¿Cómo te encuentras últimamente?, preguntó Shimano.

- Me han dado un nuevo nombre, respondió Suzuki.

- ¿Cuál?.

- Cáncer.


Algunos Koans


*¿Qué sonido hace una sola mano al aplaudir?* *Si todas las cosas deben volver al Uno, ¿adónde debe volver ese Uno?* *Sólo cuando se lo busca se lo pierde. No se lo puede retener, ni puede uno librarse de él.* *Si usted comprende, las cosas son tales como son. Si usted no comprende, las cosas son tales como son.* *Bashô dijo a los monjes reunidos: 'si tienen un bastón, les daré uno. Si no tienen un bastón, se los quitaré' .*




Otras formulaciones parecidas a los kōan

Todas las místicas religiosas poseen formulaciones parecidas basadas en la paradoja, el oxímoron o la antítesis. En el Cristianismo la inspiró la teología negativa del Pseudo Dionisio Areopagita, que dio sus más destacados frutos en San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. En el caso del primero, su Subida al monte Carmelo es de hecho una densa retahíla de sentencias místicas:



Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada.

Para venir a lo que no gustas,

has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes,

has de ir por donde no sabes.

Para venir a poseer lo que no posees,

has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,

has de ir por donde no eres.

Cuando reparas en algo

dejas de arrojarte al todo.

Para venir del todo al todo,

has de dejarte del todo en todo.

Y cuando lo vengas del todo a tener,

has de tenerlo sin nada querer.

San Agustín formuló una famosa sentencia mística, que (según él) le fue revelado en un sueño por el mismo Cristo: "No me buscarías si no me hubieses encontrado".

La oración por la paz, a veces atribuida a San Francisco de Asís, dice en su último verso: Porque dando es como se recibe, olvidando es como se encuentra, perdonando es como se es perdonado y muriendo se resucita a la vida que no conoce fin.



Bibliografía


Michael Wenger y José M. Prieto (2007). Penetrante compasión: cincuenta koan contemporáneos. Miraguano, Madrid. pp. 244. ISBN 978-847-813-31-1-6.
Graciela Paula Caldeiro
wikipedia

la Paz Perfecta

 
 

Había una vez un Rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta.

Muchos artistas lo intentaron. El Rey admiró y observó todas las pinturas, pero solo hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo, era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban.

Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura, también tenía montañas, pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual brotaba un impetuoso aguacero con rayos truenos. Montaña abajo parecía el retumbar un espumoso torrente de agua.

Todo esto no se revelaba para nada pacífico.

Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido.

Allí en el rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en medio de su nido...

Paz perfecta.

El Rey escogió la segunda.

Y explicó a sus súbditos el porqué: Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro ni dolor.

Paz significa que a pesar de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón .

Creo que este es el verdadero significado de la paz.

Cuando encontremos la paz en nuestro interior, tendremos equilibrio en la vida.

Nuestra sombra.... esa cosa oscura que reconozco mia.


"... Mientras, me preguntó:
¿Qué hace mi sombra por la noche?,
¿juega a las escondidas con sus pares?,
¿sabrá que morirá conmigo?,
Entretanto... está aqui, a mi lado...
jamás una amistad me sentó tan fiel...
Y cuando llegue mi fin...
y casi el de ella...
me velará sin llanto..." Julio Arch.
Hemos ignorado ingenuamente que bajo
el mundo de la razón descansa otro mundo.
Cada uno de nosotros proyecta una sombra
tanto más oscura y compacta cuanto menos
encarnada se halle en nuestra vida consciente.
Y esa sombra se nutre de los opuestos que
constituyen nuestra psiquis humana.
Nuestra sombra recoge todo aquello que
pretendemos ignorar o negar como parte
de nosotros, aquello que recortamos de
nuestro ser completo para construir lo que
ofreceremos al mundo como nuestro ego.
Nuestros aspectos negados, en sombra,
pugnan por ser reconocidos, se filtran en
nuestros sueños, en nuestros pensamientos,
aparecen en nuestras actitudes y reacciones.
Nuestra sombra contiene todo tipo de
capacidades potenciales sin manifestar,
cualidades que no hemos desarrollado, ni expresado.
Cuando accedemos a lo rechazado de nosotros mismos,
que yace en nuestra sombra personal,
somos escenario de un acto de redención y
podemos reconocernos como seres imperfectos.
Dificilmente haya un punto de partida más honesto
y trascendente que el reconocimiento de esa
imperfección para iniciar la construcción
de una vida con sentido.
La satisfacción ante un logro,
el milagro de un encuentro,
el sentido del dolor,
y tantas otras cuestiones de existencia
se impregnan de significado cuando
podemos convivir con nuestra perfecta
y asumida imperfección...