EL BYPASS ESPIRITUAL:Utilizar la “espiritualidad” para no afrontar parte de la vida.





El bypass espiritual por John Wellwood

El psicoterapeuta John Welwood advierte acerca de los riesgos de lo que llama “la tendencia al bypass espiritual”, esto es, la tendencia a utilizar las ideas y prácticas espirituales para eludir las cuestiones personales y emocionales inconclusas. En una sociedad como la nuestra -prosigue- resulta demasiado tentador utilizar la espiritualidad como forma de escape, convirtiéndola entonces en una forma de escapar de la propia experiencia. Pero el uso de la práctica espiritual para tratar de compensar la baja autoestima, la alienación social o los conflictos emocionales acaba adulterando su verdadera naturaleza [la de la práctica espiritual y la del practicante]. En vez de debilitar al ego manipulador que trata de controlar la experiencia, lo fortalece.
En una época como la nuestra, en la que cada vez resulta más difícil conseguir lo que una vez fueron hitos ordinarios del desarrollo -como el trabajo digno, la familia, la relación de pareja y la pertenencia a una comunidad- el bypass espiritual representa una fuerte tentación. Sin embargo cuando las personas utilizan la espiritualidad para ocultar sus dificultades, la práctica espiritual se convierte en un compartimento estanco separado de la vida cotidiana.
Utilizar la espiritualidad para tratar de compensar conflictos no resueltos, duelos no elaborados, polaridades internas disociadas, etc.,  nos expone a una multitud de peligros que acechan a quien emprende un camino espiritual. Puede ser parte del camino utilizar la espiritualidad para apuntalar un ego inseguro, la grandiosidad, la falta de discriminación, y caer por un tiempo en cierto “fanatismo”. La práctica espiritual puede ser secuestrada por identidades inconcientes y utilizada para reforzar mecanismos de defensa.
Vivimos en ambos niveles y en ese sentido , los preceptos o consejos de Jesús tales como “ama a tus enemigos” o “pon la otra mejilla” no le impidieron expresar su enfado con los mercaderes del templo o con los fariseos hipócritas.
[El capítulo de los Evangelios Apócrifos llamado Historia Arabe de José el Carpintero ( Tomo 1, Cs Ediciones, B.A. 1996) donde el evangelista da cuenta detallada y expresivamente de la profunda congoja de Jesucristo confrontado por la muerte inminente de su Padre José. Jesús, el Cristo, Hijo del Padre Celestial, llora acongojadamente a su padre terrenal y ora junto a él, en ese tránsito, con lágrimas de dolor humano aunque él tenga la certeza espiritual acerca de la Resurrección]
En muchas ocasiones, nuestras experiencias cotidianas pueden parecer contradecir la verdad más elevada, lo cuál nos genera mucha incertidumbre y ambiguedad. La disparidad entre ambos niveles puede ser confusa y perturbadora.
Es frecuente que algunas personas o “los preceptos” nos exhorten a ser bondadosos y compasivos y a renunciar al egoismo y la agresividad. Pero ¿cómo podemos hacer eso si jamás hemos visto ni afrontado claramente -y mucho menos trabajado- nuestra dinámica psicológica interna?. La verdad -ciertamente relativa, pero que no puede soslayarse- es que, para perdonar y experimentar la auténtica compasión, las personas debemos antes sentir, reconocer y asumir plenamente el enfado y el dolor (dicen…para llegar al Cielo, tenemos que pasar por el Infierno).
Muchos pacientes, se hallan atrapados en algún callejón sin salida psicoemocional del que, en general, no suele sacarles la práctica espiritual, aunque esta ayuda a seguir en el camino hasta que el dolor o el enojo son procesados y elaborados en el nivel psicológico/mental.
El bypass espiritual, no es algo que podamos evitar, es un momento del proceso que debemos reconocer, darnos cuenta de si estamos haciendo una pirueta para evitar el trabajo psicológico.
El bypass espiritual se opondría a un hipotético trabajo interno verdadero.

El trabajo psicológico nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos, para que el verdadero trabajo espiritual vaya un paso más allá y nos permita renunciar a nosotros mismos.
En este sentido el trabajo psicológico y el trabajo espiritual, el desarrollo horizontal y la emergencia vertical, encontrarnos a nosotros mismos y renunciar a nosotros mismos, son los dos aspectos de la dialéctica del proceso de autodescubrimiento.
La meditación -por ejemplo- puede proporcionarnos un camino muy valioso para adentrarnos en el fundamento sagrado que subyace a todos nuestros pensamientos y sentimientos, pone de relieve la unidad esencial que yace en el núcleo de la existencia humana, un estadio desde el que podemos comenzar a advertir los distintos niveles de la experiencia humana como hebras distintas de un mismo tapiz.
El proceso consciente y reflexivo de la psicoterapia nos proporciona una forma eficaz de trabajar con los sufrimientos, preocupaciones y problemas de la vida personal y cotidiana (que según Welwood, algunos meditadores tienden a evitar).
La integración psicoespiritual es un reto.
Se trate de recuperar la inocencia de los niños pero sin caer en la ingenuidad.
(Extractos del texto original de John Wellwood)

Sobre el trabajo en la búsqueda de la perfección....El gallo

Había una vez, en la antigua China, un extraordinario pintor cuya fama atravesaba todas las fronteras. En las vísperas del año del Gallo, un rico comerciante pensó que le gustaría tener en sus aposentos un cuadro que representase a un gallo, pintado por este fabuloso artista.
Así que se trasladó a la aldea donde vivía el pintor y le ofreció una muy generosa suma de dinero por la tarea. El viejo pintor accedió de inmediato, pero puso como única condición que debía volver un año más tarde a buscar su pintura. El comerciante se amargó un poco. Había soñado con tener el cuadro cuanto antes y disfrutarlo durante el año signado por dicho animal. Pero como la fama del pintor era tan grande, decidió aceptar y volvió a su casa sin chistar.
Los meses pasaron lentamente y el comerciante aguardaba que llegase el ansiado momento de ir a buscar su cuadro. Cuando finalmente llegó el día, se levantó al alba y acudió a la aldea del pintor de inmediato. Tocó a la puerta y el artista lo recibió. Al principio no recordaba quien era.
- "Vengo a buscar la pintura del gallo", le dijo el comerciante. 
- "¡Ah, claro!", contestó el viejo pintor.
Y allí mismo extendió un lienzo en blanco sobre la mesa, y ante la mirada del comerciante, con un fino pincel dibujó un gallo de un solo trazo. Era la sencilla imagen de un gallo y, de alguna manera mágica, también encerraba la esencia de todos los gallos que existen o existieron jamás. El comerciante se quedó boquiabierto con el resultado, pero no pudo evitar preguntarle: 
- "Maestro, por favor, contésteme una sola pregunta. Su talento es incuestionable, pero... ¿era necesario hacerme esperar un año entero?"
Entonces el artista lo invitó a pasar a la trastienda, donde se encontraba su taller. Y allí, el ansioso comerciante pudo ver cubriendo las paredes y el piso, sobre las mesas y amontonados en enormes pilas hasta el techo, cientos y cientos de bocetos, dibujos y pinturas de gallos, el trabajo intenso de todo un año de búsqueda.

El arroyo que deseó ser corriente en el océano:sobre el valor de aprender viviendo nuestra propia experiencia...



El inquieto hijo de un rico mercader, se dirigía de nuevo a su hogar, después de licenciarse. Por el camino, parose a reponer fuerzas y se sentó junto a un arroyo serpenteante de aguas cristalinas y musicales. Observándolo, su imaginación le brindó la idea de que él era como aquellas aguas, que repicaban frenéticas contra las rocas de sus lindes sin saber adonde éstos las conducían. Su rumor, le pareció una queja desesperada de éstas, pues podían correr sólo con la velocidad que mandaba la pendiente, y sólo en el camino que marcaba su cauce.

Sus educadores habían llenado su cabeza de conocimientos. La aritmética aprendida habría de servirle algún día para llevar el negocio de su padre. El dominio del lenguaje lo había convertido en un buen orador capaz de expresarse con soltura. La lectura de los viejos sabios, le había proporcionado respuestas a cientos de problemas cotidianos, tanto triviales como complejos. El disfrute de las artes deleitaba sus sentidos enriqueciendo su alma. Y sin embargo, allí, absorto en aquel pensamiento, se sintió como aquel pobre arroyo, acaudalado en conocimientos y a la vez preso de un cauce. Y decidió entonces que no quería ser como él, decidió que quería ser como una corriente en el océano. Libre de cauce y pendiente. Libre para viajar con el rumbo y la velocidad que solo él decidiera.

Tomó de nuevo camino, pero sin dejar esa idea atrás. Y empezó a preguntarse que era lo que le podía faltar en lo aprendido para dejar de ser arroyo y convertirse en corriente. Llegó a casa cuando el sol ya tocaba tierra por el oeste, y ni siquiera la fatigosa jornada de viaje había borrado esta pregunta de su mente. Al despertar al día siguiente, se dispuso a visitar a su amado padre. Por el camino hacia el salón donde éste le esperaba impaciente, notó en todo sirviente con el que se cruzó, un ademán de respeto desconocido. Todos lo saludaron con su nombre, y no con el tratamiento que se solía dar a los jóvenes ricos por aquellos lugares. Aquello le hizo sentirse incómodo de tal manera, que fue inclinándose ante cada uno ellos diciendo; - No merezco tal honor, soy arroyo y no corriente, tan solo arroyo. Los sirvientes sonreían por tal ocurrencia, sin tener, por supuesto, remota idea de a qué hacía referencia su joven amo. Y su confesión, aunque incomprendida, le hizo sentirse bien. Y empezó a correr, repitiéndolo sin cesar en voz alta;

- "¡Soy arroyo y no corriente!"

El abrazo de su padre también le resultó extraño, lejos de sentirlo carente de afecto, le pareció solemne y ceremonial.

- "¿Qué pasa padre?. Preguntó el joven con sorpresa. ¿Por qué tu abrazo no es el de siempre?"

- "Es el orgullo que me provocas hijo, que no me deja apretar más los brazos", respondió el padre visiblemente emocionado. "Ayer me visitó el Gran Maestro, y me dijo que tú eres el elegido este año. Irás a conocer al Viejo Sabio."

Era tradición en aquella tierra, que los maestros escogieran, de entre sus discípulos licenciados, aquel que consideraran había aprovechado con más éxito sus enseñanzas. El premio era ir a conocer al Viejo Sabio. Maestro de maestros, erudito entre eruditos, se decía que si una pregunta tenía respuesta, él la conocía.

Marat, que así se llamaba el joven, vio en este honor la oportunidad de conocer la solución a la cuestión que se había instalado en su corazón, desde su alto en aquel arroyo. Sin perder tiempo se dispuso entusiasmado a emprender su viaje, el Viejo Sabio vivía a más de tres días de camino, en La Montaña De Los Pensadores. Donde antes que él, habían morado importantes sabios desde tiempos perdidos ya para la memoria de su pueblo.

Al llegar al lugar donde vivía el anciano, le sorprendió que éste vivía en una modesta choza rodeada de un magnifico jardín, como jamás había contemplado. La puerta estaba abierta, y el joven se aventuró a atravesar el umbral sin pedir permiso. El Viejo Sabio estaba sentado junto a un fuego en el que estaba calentando una tetera.

El Joven hizo una reverencia saludando respetuosamente y esperó a que el maestro le contestara. Éste parecía de lo más corriente, ni siquiera su ademán le pareció el de alguien a quien se le atribuía tanta sabiduría.

- "Y dime muchacho, ¿te apetece una taza de té? Debes estar agotado de tu viaje", espetó el anciano.

Marat aceptó el ofrecimiento, y alentado por el maestro pasó a relatarle como aquel arroyo le había sugerido la idea de que su educación le parecía incompleta, pues se sentía que ésta no le confería la cualidad de alcanzar nada nuevo. Que sólo daba solución a lo conocido, y que se sentía limitado por ella. Que él quería ser libre como una corriente en el océano. Y que daba gracias por haber tenido el gran honor de poder visitarle, pues confiaba en que un gran sabio como él le diría qué le faltaba para lograr su deseo.

El anciano se incorporó y anduvo unos pasos hasta colocarse frente a la ventana desde donde podía contemplar su jardín.

- "Este bello y armonioso jardín es creación mía", dijo. "Cada brizna de hierba está plantada con estas manos cansadas. Aunque crezca bañada por el sol y regada por la lluvia, yo siempre la mantengo a la medida que quiero. He levantado cada roca que decora este jardín y la he colocado exactamente donde deseaba. Si alguna de ellas me pareció no estar en armonía, la he hecho añicos para eliminarla. Antes de plantar ni un solo árbol o planta, arranqué todas las malas hierbas. Y sigo arrancándolas cada día aunque insistan en rebrotar. Obsérvalo bien, no hay nada en él dejado al azar. Es tal y como lo imaginé cuando todo esto era apenas un desierto yermo. Incluso el canto de los pajarillos que ahora lo habitan, estuvo primero en mi mente. Es tal y como yo quiero que sea."

Marat estaba maravillado observando aquel hermoso jardín y escuchando las palabras de aquel anciano, de quien esperaba la solución a su problema.

- "Nada más te enseñaré hoy", sentenció el anciano. "Si realmente quieres obtener la respuesta, deberás aprenderla por ti mismo, pues así tendrá un efecto que no tendría si la obtienes de mis labios. Si realmente la quieres, disponte a pagar el precio que vale."

El joven estaba decidido a obtener lo que había venido a buscar.

- "Estoy dispuesto a pagar el precio, Maestro", dijo con determinación. "Sepa que mi padre es un comerciante muy rico, y acepte el hermoso corcel que me ha regalado para hacer este viaje, como adelanto por sus enseñanzas."

- "No seas necio", dijo el sabio, "el precio lo pagarás tú y no tu padre. Monta tu caballo tomando dirección al norte, y cuando hayas cruzado el río desmonta en la primera pradera que encuentres, libéralo de toda carga y siéntate a esperar. No pierdas ningún detalle. Sí joven, lo primero que tienes que aprender, te lo enseñará un caballo. Luego vuelve, la segunda lección te la dará el río."

Las primeras praderas estaban apenas a media jornada de camino. Cuando Marat llegó hizo lo que le había demandado su maestro. El caballo estaba tranquilo, y permaneció junto a él toda la tarde. Primero sereno. Luego empezó a trotar, trazando pequeños círculos al rededor de su amo, en los que iba cambiando de dirección, cada vez con más frecuencia. A continuación, los círculos empezaron a hacerse más y más grandes. Finalmente, hizo un relincho vigoroso, y desapareció al galope en la llanura.

Invadido por la duda, lo primero que pensó el joven, fue que si había aprendido algo, era una forma estúpida de perder un valioso corcel. En ese momento estuvo a punto de renunciar a su meta en la primera dificultad. Afortunadamente para él no lo hizo. La renuncia devalúa la madera de la que estamos hechos, y entrega algo de nosotros, que como todo lo de valor, es fácil de perder y costoso de recuperar.

El fervoroso deseo de obtener su propósito, le hizo recordar las palabras del anciano: “No pierdas ningún detalle”.

El joven cerró entonces los ojos, y reprodujo en su imaginación, cada uno de los movimientos de su caballo. "¡Claro!", pensó. "El caballo no fue libre cuando yo corté sus riendas. El caballo fue libre cuando se supo libre."

Contento por saberse victorioso en la primera prueba, el joven emprendió el camino de vuelta. Al llegar al río, cayó en la cuenta de que lo había cruzado a caballo, y que ahora a píe, los rápidos y la profundidad se lo impedirían. Creyó que la solución estaría en vadearlo en otro lugar, pero si se dirigía al nacimiento, pronto encontraba un enorme salto, y si se dirigía a la desembocadura, cada vez se hacía más rápido y profundo.

El aliento que le había conferido su primera victoria, lo llenó de coraje y saltó al agua. Tras las primeras brazadas vio como la orilla de enfrente se desplazaba a gran velocidad. Sintió tanto pánico, que volvió hacia atrás, saliendo del agua unos cuantos metros en dirección a la corriente.

- "Nunca cruzaré el río. Las patas de mi caballo eran fuertes, pero a mí, a mí me arrastrará hasta que pierda el fuelle, y acabaré ahogándome", se dijo desesperado.

Hizo noche en el río, pensando en abandonar y volver a casa.

- "Pero, ¿cómo?. Mi casa está al sur y para renunciar, también se hace preciso vadear el río."

Llevado por su entusiasmo, no se había percatado de que el viejo zorro lo había puesto en una tesitura sin elección.

La mañana siguiente, era como cualquier otra mañana de verano en aquellos lugares. El viento soplaba tenuemente moviendo la vegetación. Los animalitos continuaban con su despreocupada vida, y el río seguía allí, ignorando que fuera un problema para nadie. Fue entonces y sólo entonces, cuando Marat entendió que aquel río, era profundo y rápido sólo en su interior. Así que se sentó frente a él, cerró los ojos, y empezó a imaginarlo como aquel arroyo que, en cierta manera, le había conducido hasta allí. Y fue allí, en su interior, donde lo diseñó en calma y sin peligro. Luego trazó la línea recta que lo conducía hasta la otra orilla, y al abrir los ojos, cayó en la cuenta de que había nadado distancias como aquella cientos de veces. Que la velocidad del agua no debía preocuparle si no luchaba en su contra, y que si en su nado seguía aquella línea que había trazado en su mente, sólo tenía que dar una brazada después de la otra.

Volvió a saltar al agua, pero esta vez con los ojos cerrados. Los abrió cuando tocó las rocas de la otra orilla mucha distancia aguas abajo. En aquella majestuosa mañana de verano, un simple río le había enseñado que hay fronteras, que sólo son tales si así las vemos en nuestros corazones.

Eufórico, Marat tomó camino hacia la morada del Viejo Sabio. Y al llegar, encontró sólo una choza abandonada y polvorienta en medio de una llanura yerma. Donde imaginó un bello jardín, del que arrancó la hierba del rencor, y también la de la ofensa y la injusticia. Y las siguió arrancando cada mañana. Donde rompió en pedacitos la roca de los miedos y la desesperanza. Donde plantó el árbol de la prosperidad, y también el del amor. Donde dejó de sentirse arroyo, donde fue corriente.

Akhennion