Uno puede sentirse como una bola de billar separada, entre otras, habitando un espacio, o puede sentirse como una uva, entre otras, formando parte del Gran Racimo.Cada imagen representa un nivel de conciencia y cada uno de ellos produce una respuesta distinta en el universo emocional.
Los místicos afirman que existe una Realidad Suprema y que los
seres humanos tenemos la capacidad potencial de tomar contacto con esa
dimensión.
Dicha Realidad Suprema adopta diferentes nombres: Dios, La Divinidad, El Creador, La Realidad Última, o según
las culturas: Brahmán, Kether, Tao, Allah, Atón, entre otros.
Ken Wilber dice que así como el cuerpo humano produce
universalmente pelo y que la mente humana produce universalmente ideas, el
espíritu humano produce universalmente intuiciones sobre lo Divino. Y que si
bien las diferentes corrientes que lo expresan —hinduismo, judaísmo,
cristianismo, budismo, taoísmo o sufismo— guardan muchas diferencias entre sí,
sus estructuras profundas, por el contrario, son muy similares cuando no
idénticas. Aquello que estas tradiciones tienen en común se refiere
precisamente a algo que nos habla de verdades universales, de significados
últimos, algo que toca la esencia fundamental de la condición humana.
Dichas coincidencias pueden ser resumidas en siete puntos:
1) El espíritu existe.
2) El espíritu está dentro de nosotros.
3) A pesar de esto, la mayoría de nosotros vivimos en un mundo de
separatividad y no nos percatamos de la presencia de ese espíritu interno.
4) Hay una salida para este estado de separatividad ilusoria; hay
un camino que conduce a la liberación.
5) Si recorremos ese camino hasta el final llegaremos a un
Renacimiento, a un estado de Iluminación, a la experiencia directa del Espíritu
interno, a la Libe
ración Suprema.
6) Esa experiencia marca el final de la separatividad y el
sufrimiento.
7) El final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y
compasiva hacia todos los seres sensibles.
Una de las preguntas que surge ante esta clarísima síntesis es:
¿Cómo se percibe al Espíritu en el interior de cada uno?
La descripción conceptual de la experiencia del Espíritu en cada
uno es tan sutil como la esencia misma que describe. Por esta razón es que,
además de insistir en lo insustituible de la vivencia, cuando los estudiosos
del camino espiritual intentan transmitir dicho estado, suelen apelar a
leyendas o metáforas que logren evocar en el lector el "aroma" de
dicha vivencia.
Siguiendo esta dirección, presentaré "la metáfora de la
ola" que resulta ilustrativa para revelar algunos aspectos de la calidad
de la presencia del Espíritu en la individualidad.
CONCIENCIA DE OLA
Si uno se ubica a orillas del mar puede observar cómo cada ola
comienza, es decir, cómo se diferencia del resto del mar al cual pertenece,
cómo luego crece en tamaño y fuerza, de qué modo alcanza su plenitud, y cómo,
al acercarse a la orilla, estalla, se disuelve en espuma y vuelve a confundirse
con el mar... mientras otra ola ya ha comenzado el mismo itinerario... Y así
una y otra vez...
Imaginemos ahora que esa ola tuviera autoconciencia y que dijera:
"Yo soy esta ola".
Su nacimiento ha sido celebrado por su entorno y se relaciona con
sus vecinas más cercanas que han nacido en el mismo momento que ella, luego va
observándose crecer y puede incluso compararse con otras olas de al lado y ver
si es más grande, si es más chica y puede decir: "¡Qué ola fantástica que soy, qué ola maravillosa...!". O:
"¡Qué ola pequeña soy! ¡Nadie me va a tener en cuenta...!".
Cuando ve que una ola que tiene adelante ha terminado, se
sobrecoge de intenso dolor y en su desgarro exclama: "¡Oh!, ¡se murió mi amiga... con la que recorrimos tanto..., y a
la que nunca más volveré a ver!".
En el momento en el que a esta ola le llega su declinación,
comienza a experimentar la angustia que le produce su propia muerte: "Yo soy ola, y si dejo de ser ola, dejo de
ser... por lo tanto, quiero ser ola la mayor cantidad de tiempo posible... me
reconozco en mi condición de ola y todo lo que amenace mi condición de ola es
una amenaza fundamental para mi ser".
Para una conciencia humana el recorrido de una ola transcurre en
menos de un minuto, pero para esta hipotética conciencia es toda una vida; por
lo tanto equivaldría a lo que vivimos en setenta u ochenta años.
CONCIENCIA DE AGUA
Imaginemos ahora que esta conciencia de ola, después de haber
experimentado la angustia de su
muerte y la celebración de su nacimiento miles de millones de veces,
experimentara una expansión de su conciencia que le permitiera un buen día
decir: "¡Caramba! En realidad lo que
yo soy es agua. Lo que constituye mi ser esencial es ser agua, y mi condición
de ola es una forma temporaria que mi ser agua tiene de manifestarse... Por
lo tanto cuando yo termine como ola, lo que termina no es mi ser esencial, sino una forma..!'.
Cuando esa conciencia registra su condición de agua se ha
conectado con un rasgo de su ser que está más allá de su nacimiento y muerte
como ola. "Ha tomado contacto con el Espíritu en ella."
Imaginemos ahora cómo viviría su existencia de ola una vez que
desarrolló conciencia de agua: Podría vivir cada momento de su devenir ola sin
angustia pues sabría que su ser esencial no está comprometido en esas
vicisitudes. Cuando viera cesar a una vecina estrellándose
"prematuramente" contra unas rocas antes de llegar a la orilla, o
cuando ella misma experimentara su propia muerte, podría acompañar con más
serenidad tales sucesos sabiendo que lo que cesa es sólo una forma temporaria.
LA DIMENSIÓN HUMANA
Esta expansión de la conciencia es lo que las Tradiciones
Espirituales describen como Iluminación, Renacimiento o Liberación Suprema.
Cuando el ser humano alcanza este estado ha trascendido la
identificación con su forma particular y se ha conectado con aquello de sí
mismo que está más allá de su nombre y apellido, más allá del nacimiento y la
muerte.
El Zen ha denominado Satori a este estado.
Ram Dass relata que cuando Ramana Maharishi estaba por morir, sus
discípulos estaban desesperados y él les decía: "¡No es para tanto!... Sólo me estoy muriendo... ¡Es como si vendiera mi
auto!... no hagan tanto alboroto... Sólo me estoy muriendo..."
A pesar de lo obvio, vale la pena destacar el "sólo me estoy muriendo...".
Existe otra hermosa leyenda que alude al mismo punto. En épocas
del Gengis Khan, un militar conquistador arrasa un pueblo, y todo el mundo
estaba atemorizado por su crueldad. Sus lugartenientes le dicen: "El pueblo está a tus pies... Todos están
sometidos... La ciudad es tuya... pero, en un templo budista, todos huyeron
menos un monje que ha permanecido en su lugar". El militar se enfurece
ante tal desafío y se dirige al templo inmediatamente. Abre la puerta de un
empellón y se encuentra con este monje, parado, en el centro del recinto. Se
planta enfrente de él y le dice, con toda su ira: "¿Tú no sabes quién soy yo? Yo puedo sacar mi espada y atravesarte
el vientre sin siquiera pestañear un ojo!".
Y el monje, manteniendo la calma, le responde: "¿Y tú no sabes quién soy yo? Yo puedo
observar cómo tú sacas tu espada y atraviesas mi vientre con ella sin siquiera
pestañear un ojo...".
El militar, luego de escucharlo, inclinó su cabeza y se retiró del
lugar.
Tanto Maharishi como el monje habían afincado su identidad en ese
espacio que está más allá del nacimiento y la muerte. En términos de la
metáfora, habían alcanzado "conciencia de agua".
Este nivel, en la dimensión humana, se presenta como la conciencia
testigo, que observa desde su "condición de agua" las vicisitudes de
"la ola" que, en otro plano, también es, pero sabiendo que su
identidad no se agota en ella.
Desde este estadio de "conciencia de agua" surgen
observaciones tales como: "Ustedes
son partes de la Unidad
y como tales son indestructibles..."o "La muerte no podrá matarlos, el dolor no podrá herirlos, la enfermedad
no podrá enfermarlos, los años no los envejecerán. El miedo no podrá tocarlos.
Bienvenidos a casa...".
Estas afirmaciones están tan distantes de las percepciones que
tenemos de nosotros mismos desde nuestra individualidad cotidiana habitual, que
parece más el arrullo adormecedor de una fantasía que una realidad existencial
cierta.
Para comprender mejor la naturaleza de este universo expandido que
se abre, imaginemos qué le diría una ola
con conciencia de agua a otra que sólo experimentara conciencia de ola y estuviera atribulada por los temores vinculados
a su propia integridad y permanencia. Lo más probable es que le dijera: "No te inquietes, no te asustes tanto, porque
si bien tú y tus compañeras han de cesar, ya sea en la orilla o contra alguna
roca... lo que terminará es una forma, pues tu ser esencial es ser agua y ese
componente fundamental de tu identidad no será en absoluto afectado por aquello
que te ocurra como ola. Y no te enemistes ni expulses de tu corazón a ninguna
otra ola, pase lo que pase, pues ambas son lo mismo: agua experimentándose como
olas..., ya lo comprobarás... ".
LOS NIVELES DE CONCIENCIA Y SU RELACIÓN CON EL UNIVERSO
EMOCIONAL
Hemos presentado dos niveles de conciencia: la conciencia que se
percibe aislada, dividida, en estado de separatividad, lo que en la metáfora
llamamos "conciencia de ola", y aquella otra que ha percibido al
Espíritu en sí, que se reconoce una
con la totalidad, que ha alcanzado la Iluminación y que en la metáfora aparecía como
"ola con conciencia de agua".
Desde este último plano todas las emociones son vividas de un modo
diferente: con más calma y serenidad y sin angustia.
Para expresarlo con más precisión: si bien, por ejemplo, el miedo
y el sufrimiento siguen existiendo, quien lo experimenta no se siente dañado por ellos pues sabe que su ser esencial no está
amenazado.
Desde la "conciencia de ola", en cambio, el miedo y el
sufrimiento se presentan con toda su contundencia. Pero es importante recordar
que aun en esta situación es posible y necesario relacionarse con el miedo de
un modo eficaz: esto quiere decir reconocerlo
como una señal que indica una desproporción entre el peligro que enfrento y los
recursos con los que cuento y poner en marcha los mecanismos psicológicos que
equilibren dicha desproporción.
Una cosa es que yo no tenga miedo a viajar en auto, solo, de
noche, a través del desierto, porque esté en contacto con el componente de mi
ser que está más allá de las vicisitudes particulares y pueda decir: "Pase lo que pase, será parte de un proceso
global que acepto y necesito recorrer, y que de ninguna manera dañará a mi ser
esencial", a que no tenga miedo porque soy mecánico, llevo los repuestos
necesarios, y un equipo de radio para comunicarme con la base, en caso de una
emergencia imprevista.
En el primer caso estoy
actuando desde el nivel de "conciencia de agua" y por lo tanto, no me
siento expuesto a peligro significativo alguno, y en el segundo estoy
reaccionando desde el nivel de "conciencia de ola" y no experimento
miedo porque he equilibrado la magnitud de los riesgos con los recursos que he implementado.
En el ejemplo del viajero se presentan los dos niveles de
conciencia en su forma pura, sólo a los efectos de facilitar su comprensión, pero en nuestro estado actual de evolución
humana se presentan en forma coexistente y simultánea. Estamos
habitual-mente en el nivel de "conciencia de ola", en estado de
separatividad y en la medida en que crecemos en nuestro desarrollo espiritual,
van apareciendo "flashes"
de "conciencia de agua", de la percepción del Espíritu en uno mismo.
Las dos coexisten y resulta muy útil familiarizarse con la presencia de ambas
calidades de percepción y reacción, al mismo tiempo. Por esta misma razón es
importante recordar una vez más que, cuando desde la perspectiva de "conciencia de ola" experimentemos
miedo, hay una tarea psicológica que llevar a cabo: reconocer que el miedo no
es el problema sino una señal que indica una desproporción entre el peligro
que enfrentamos y los recursos con que contamos para hacerlo. Y tal como lo
desarrollamos en La sabiduría de las emociones, es absolutamente necesario y
posible aprender a activar los mecanismos psicológicos que equilibren dicha
desproporción. Intentar saltear esa tarea apelando a las memorias de
"conciencia de agua" es dejar una asignatura pendiente, es dejar de
hacerse responsable por "la ola" que también soy y producir un
cortocircuito que sólo prenuncia una estrepitosa caída.
Esto sucede cuando se utiliza la meditación como "by pass" para eludir el trabajo
emocional. Cuando se apela a la meditación para escapar al conflicto.
En efecto, en los comienzos del proceso en el que 'la ola
desarrolla conciencia de agua", es necesario estar atentos, porque el
riesgo más frecuente es que dicha ola reaccione ante ese cambio en su identidad
diciendo: "Dado que soy agua, ¡qué
importa lo que le ocurra a la ola... total, lo esencial es ser agua!".
Cuando esa actitud se manifiesta, tiende a abandonar a las
vicisitudes de la ola, es decir, tiende a desentenderse de los conflictos de la
individualidad.
Luego, al profundizar su comprensión de la totalidad, desde su condición misma de agua, se
ocupa de las eventuales perturbaciones de la ola con la serenidad y la calma
que le proporciona el saber que su esencia no está amenazada.
Utiliza entonces su
condición de agua, no para abandonar a la ola, sino para reconocerla y
asistirla con la amorosa sabiduría que surge de su expandida identidad.
Noberto levy .Aprendices del amor.