Sobre el ayudar y el ayudarse: las trampas del “ayudador”



 
El ayudar es, para cualquier ser humano, una de las tareas más difíciles de realizar saludablemente. Ya sea desde el rol que determina a las profesiones asistenciales, como en cualquier otra relación interpersonal, la situación de ayudar a otro marca pautas vinculares que necesitan ser asumidas con mucho cuidado, con mucha sensatez. Cuando en el acto de ayuda se instalan patrones de relación insanos, lo que deviene es un claro perjuicio para el ayudado, para el ayudador, y para el vínculo que exista entre ambos.

En las relaciones simétricas (entre pares) la actitud de ayuda sana se caracteriza por ser recíproca: ambos, simultánea o alternada-mente, cubren desde la solidaridad ciertas necesidades del otro. Ahora bien: no siempre es fácil conservar esta simetría en los vínculos personales (que no impliquen una relación terapeuta-paciente) Esto es difícil sobre todo para aquellas personas propensas a instalarse en el rol de “ayudador”, ya sea desde el comienzo mismo del vínculo, o bien paulatinamente, sin advertirlo, encontrándose a corto plazo ocupando el lugar de “el que sostiene”, “el que da”, “el incondicional”. Y, puesto que estas descripciones de por sí pueden sonar gratas para la autovaloración, muchas veces se sostiene esa identidad a ultranza, desde un mecanismo neurótico. (Definamos como “neurótica” a aquella actitud que se caracteriza por ser la exagerada manifestación de un conjunto de rasgos que se ponen en funcionamiento compulsivamente, sin control y sin clara conciencia por parte del individuo, perturbando por ende su vida interna y externa. La raíz de ese conjunto de rasgos estaría en asuntos inconscientes no resueltos, que organizan su conducta disfuncionalmente.)

Quisiéramos compartirle algunas ideas centrales sobre este tema (que luego completaremos en el encuentro virtual). Pero antes creemos necesario hacer la salvedad de que estos posibles rasgos disfuncionales en la actitud de ayuda no siempre invalidan la parte sana de sí que empatiza con la dificultad del otro. Sólo que, si no advertimos estas zonas internas menos crecidas, la ayuda misma se convertirá fácilmente en una parte más del problema, en vez de ser una parte de la solución.

Toda ayuda ejercida saludablemente, tiene por finalidad principal apuntalar para que el otro se autosostenga. Las excepciones que cuadrarían a este enunciado podrían ser aquellas situaciones en las que el ayudado está realmente invalidado a perpetuidad, o, peor aún, hacia su decadencia, como podría ser el caso de un enfermo terminal.

Y son estas excepciones justamente las que pueden servir de referencia para autodescubrirnos en una actitud de ayuda neurótica: cuando ayudamos al otro como dando por sentado que el otro no podrá autosostenerse, lo estamos poniendo en un lugar de incapacidad, de decadencia, de irreversibilidad... en síntesis: en el lugar de que "no puede". Esto significa que estamos ayudando desde una actitud de co-dependencia: necesitamos que el otro nos necesite. ¿Por qué? Por distintas razones, propias de cada individuo. Veamos algunas de las principales:

"Garantizar" la continuidad del vínculo afectivo con ese otro: Si soy su silla de ruedas, no se moverá sin mí. Si soy, en cambio, su andador... ¡en cualquier momento se parará sobre sus propios pies y se irá! Toda actitud de ayuda que sea saludable tenderá a funcionar, por supuesto, como un andador, y no como una silla de ruedas. Y hay que tener verdadero coraje para admitir cuándo estamos generando dependencia con nuestra actitud asistencial a partir del miedo al abandono... Es bueno recordar al respecto que "la dependencia engendra violencia": más tarde o más temprano, el ayudado experimentará hacia su ayudador resentimiento por haber sido puesto en un lugar de incapacidad (muchas veces, claro está, con su consentimiento).
Permitir al ayudador cultivar y fortificar una autoimagen de "buena persona". Éste es un síntoma de que nuestro ego está necesitando las vitaminas del reconocimiento, a veces de parte del ayudado, otras, de parte de otras personas (la sociedad, la familia...) o quizás hasta de parte de Dios. Los seres lúcidos que realizan un servicio solidario con alto nivel de compromiso, suelen describir con mucha franqueza el hecho de ver este factor egoico dentro de sí mismos.
En un texto, recientemente publicado, del padre Carlos Mugica (un sacerdote que vivía ayudando en villas de emergencias, asesinado en 1974), podemos leer: "Señor, quiero quererlos por ellos mismos, y no por mí". Reconocer este ingrediente narcisista en las situaciones de ayuda no nos vuelve malas personas, ni seres "impuros"; tampoco invalida la legitimidad de nuestro acto de servicio. Todo lo contrario: hacernos car-go de esta necesidad egoica nos vuelve más íntegros, más sanos en nuestra actitud de dar. El no reconocer este factor puede derivar en la creación de un "personaje samaritano", más centrado en sí mismo de lo que se atrevería a reconocer, y que suele verse como un mártir, auto-sacrificado en haras del bien del prójimo.

En algunas personas, la actitud asistencial constituye una identidad desde la cual sentirse fuertes. Este mecanismo suele verse en quienes han sido criados en hogares disfuncionales en los cuales el niño, -que debía haber sido quien recibiera protección-, debió proteger y cuidar a su protector, para sobrevivir. Cuando un adulto padece fragilidad personal (por enfermedad, depresión, violencia familiar, adicciones, o intensos procesos de duelo), puede ser que el niño que debía estar bajo su tutela se haga cargo del cuidado de ese adulto, madurando precozmente y asumiendo la identidad de ser "el que sirve" (muchas veces a costa de su propia integridad). Sentirse el niño fuerte que puede cuidar y ayudar, le otorga una autoimagen de "yo puedo", que le permite la supervivencia psicológica.
Ya adulto, es común que le sea difícil generar vínculos en los que esta identidad no sea la predominante, tendiendo entonces a presentarse desde su habitual actitud asistencial (el que escucha, el que resuelve el problema para el cual nadie le pidió ayuda, el que siempre se acuerda de lo que el otro necesitaba...).

Otra posibilidad es que tienda a establecer vínculos íntimos preferentemente con personas que estén en inferioridad de condiciones (conflictuadas, con historias trágicas, o en pleno proceso de duelo, etc.). “Ir al rescate” de quienes están en desgracia les permite generar rápida “intimidad”. Si miramos la biografía de personas en las que esta conducta es habitual, veremos una larga lista de vínculos que, históricamente, fueron consolidados desde esta identidad de “el ayudador”.


Una actitud neurótica que puede estar solapada debajo del gesto asistencial, es la de querer legitimar la propia necesidad de controlar al ayudado. Quienes se mueven desde este patrón de conducta, en nombre de la asistencia pueden tener actitudes sumamente invasivas sobre la intimidad del otro (quien, si se le ocurre marcar un límite, será calificado de ingrato y desconsiderado!). El deseo oculto de controlar imprime en el acto de ayuda un trasforndo de manipulación, no siempre reconocible por el ayudador. Discernir este aspecto interno requiere de mucha honestidad moral. Y de la clara noción de que lo que no se reconoce, se actúa.
Queremos citar al menos un ítem más: la acción de ayuda eficaz, sana, tiene como principal característica la de darle al otro lo que el otro verdaderamente necesita. En cambio, una de las características de la ayuda neurótica es la de proyectar sobre el otro nuestras propias necesidades no resueltas, y, por ende, proporcionarle lo que en verdad nos gustaría recibir. "Proyectar", en este caso, implicará concretamente volcar en el otro la propia carencia: buscamos proteger en el otro a aquello que en nosotros mismos se siente carente de protección, abrigamos al otro porque tenemos frío. Así, se dan las absurdas situaciones en que, por ejemplo, abrazamos efusivamente a alguien, queriendo consolarlo, y desoyendo su reclamo de que le dejemos solo (lo cual es lo que verdaderamente siente necesitar: contar simplemente, con nuestra silenciosa presencia). Tan absurdo es este tipo de situaciones que su corolario suele ser que quien está mal, además de tener que lidiar con su propio malestar, también tiene que cargar con la mortificación de su "ayudador", y con el reproche de "no saber recibir" lo que se le quiere dar!
Este mecanismo, si no es discriminado, tiende a construir vínculos irreales: no estamos viendo a ese "otro" que está allí, sino a una deformación producida por nuestro propio psiquismo. Yuxtaponemos sobre el otro lo que nos pasa a nosotros, y dejamos de ver cuál es su real necesidad.

Por último digamos esto: muchas veces ingenuamente creemos saber qué es lo que sería bueno para el otro (siendo que con frecuencia ni siquiera sabemos a ciencia cierta qué sería lo realmente bueno para nosotros mismos!) Ayudar sanamente, desde el amor consciente, requiere asumir compromiso de investigar si el otro realmente necesita y desea lo que le damos. Y también de chequear si estamos en condiciones de dar lo que el otro precisa, si verdaderamente queremos y podemos hacerlo. En escasas oportunidades puede ser casi indispensable que el ayudador no se tenga en cuenta a sí mismo: podría ser en una emergencia en que alguien heroicamente salva la vida de otro, o se entrega por entero como persona de apoyo a un ser muy amado que está gravemente necesitado de su ayuda (y aún así, habría que revisar este concepto).

En lo cotidiano, en los vínculos de todos los días, es imperiosamente necesario advertir cuándo comenzamos a enfermarnos, a maltratarnos, a menoscabar nuestra propia vida en aras de "rescatar" a otro. Pues si estamos ejerciendo un servicio desde ese lugar autoinvalidante, es muy probable que haya tres perjudicados: el ayudado (a quien difícilmente podrá servirle la inmolación de quien le ayuda), el ayudador (que quedará inhabilitado para servir a otros, y servir a los fines de su propia vida) y el vínculo que hayan generado entre ambos (que quedará viciado por una construcción asimétrica, en el cual uno "puede" y el otro "no puede ni podrá").

Sería indispensable que abordáramos otros aspectos fundamentales de este tema: la compasión sana, el burn out (o "sindrome del quemado", propio de las personas que ejercen profesiones asistenciales), el cuidado de sí mismo en los vínculos de ayuda...
No es fácil, ¿verdad?

 Virginia Gawel y Eduardo Sosa
* Publicado en la revista uruguaya “Salud y Evolución”,

¿Somos realmente libres?

 
 
La combinación de letras que conforma la palabra «etimología» es resultado de la transcripción literal a nuestro idioma (transliteración) de los caracteres griegos originales, tras su acomodación, igualmente directa, al latín. Esa palabra combinaba en griego los vocablos “étimon” (verdadero) y “logos” (palabra o lenguaje). A su vez, étimon derivaba del griego “eimí” (primera persona del presente del verbo ser-estar) y éste de la raíz indoeuropea *es que significaba “ser” (en sánscrito, “ásmi”= yo soy). Por tanto, la palabra etimología puede definirse etimológicamente como la verdad de las palabras en tanto éstas muestren el ente o concepto al que se refieren. Con el rastreo etimológico se pretende alcanzar, por decirlo así, el origen o comienzo inocente del significado que expresaron las palabras en los grupos humanos, antes de haber sido nocivamente bastardeado, en su caso, por tópicos usos abusivos o encubridores polvos ideológicos, tan frecuentes en el lenguaje político demagógico.
La libertad no puede ser comprendida sin los conceptos de persona como ser único que está siendo; de palabra como expresión de ese ser; de acción como comienzo «inocente» de lo nuevo y de verdad personal como razón de ser de la libertad, mostrados todos ellos a la luz acogedora de lo común, la luz del inter-esse interpersonal; la luz que convierte las privadas nociones en compartidas cogniciones. En todos esos aspectos la libertad es concomitante con la etimología y podríamos decir que la persona libre es un ser etimológico, si bien el camino hacia atrás de la etimología en dirección a la fuente de verdad lo recorre hacia delante la libertad, sin que por eso se aleje de ella, pues la lleva consigo. En nuestro mundo, la verdad es un concepto exclusivamente humano, sólo una persona es capaz de revelar su propio ser (por reflexiva expresión) y de atestiguar su no-ser (por impresión expresada). La verdad sólo avanza si lo hace libremente y la libertad sólo se despliega si lo hace verdaderamente, ambos movimientos requieren común participación y compartida consideración.
El curso etimológico de la libertad, siempre sobre suelo interpersonal, ha seguido tres discursos diferentes en los principales troncos lingüísticos derivados del proto-indoeuropeo hasta llegar a las lenguas actuales.
En las lenguas de troncos itálico y helénico, se considera que procede de la raíz indoeuropea *leudh” (crecer en el sentido de desarrollo corporal y vital), que habría desembocado en el eleutheros griego y el liber latino (ambos= libre; en Roma los liberi eran los niños con derechos ciudadanos). Por su parte, de esa misma raíz se derivarían los verbos “luidan” en Gótico y “leodan” en Inglés Antiguo, ambos con el significado de crecer. Y también derivan el eslavo ljudu, el polaco luzdie, el eslovaco l’udia, el esloveno ljudje, el lituano liaudis y el alemán leute, con el significado de gente o pueblo. Todas estas derivaciones de aquella raíz apuntan claramente a un concepto de libertad asociado a la pertenencia a una comunidad étnica-cultural autárquica (autosuficiente); un tipo de libertad recluida y temerosa que invoca independencia y superioridad frente a otras comunidades o pueblos potencialmente hostiles, ante los cuales pudiera perderse esa libertad por medio de la guerra (que trae saqueo y esclavitud; esclavitud que justificaba Aristóteles como propia del bárbaro “naturalmente esclavo”). Es de señalar que este vínculo ancestral de los “bien nacidos” en el seno de un grupo genético-cultural se mantiene en el actual vocablo de nación (cuya absurda libertad invocaba el franquismo -“una, grande y libre”-, cuya falaz independencia persiguen los reaccionarios nacionalismos y cuya interesada adulación cultiva el poder estatal hasta el paroxismo -interés de España, interés de Francia, etc.; Rubalcaba: “Sé lo que tiene que hacer España”; Aznar: “España quiere ser la mejor democracia del mundo”-). Tras los indeterminados conceptos de la proclama nacional «Liberté, Egalité, Fraternité», resonaba y resuena, por buenas que fueran o sean las intenciones, esa ancestral libertad de los “nacidos libres e iguales” en comunidades gentilicias cofrades, como las arcaicas fratrías griegas (cuando lo cierto es que nadie nace libre ni es igual a nadie distinto de sí mismo). Hoy, al arcaico héroe genitor, fundador e inmortal protector de esa estirpe de protegidos privilegiados se le llama Estado (¿de Bienestar?, pregúntese a euro-€-comunitarios galos, germanos, hispanos, atenienses y romanos, tan amantes del escudo estatal, su burocracia infernal y su imperio legal, ahogando entre todos las tasas de natalidad).
Por su parte, en lenguas de los troncos germánico y céltico encontramos que vocablos referidos a la libertad se derivan de la raíz indoeuropea “*pri” (amar) y “*priyos” (amado y «uno mismo»). Esta raíz es más prolífica que la equivalente greco-latina y sorprenden los conceptos que entrelaza. De esta raíz se derivan el sánscrito priyas y el avéstico fryo (ambos “querido”), así como el eslavo prijatel (amigo). Encontramos, ya en galés, rhyyd (libre) y, en gótico, frijon (amar), freis (libre) y freihals (libertad); en inglés antiguo freo (libre) y feols (libertad); en alemán antiguo friunt (amigo); en alemán freund (amigo), frei (libre) y freiheit (libertad); en holandés vriend (amigo) y vrijheid (libertad); en inglés friend (amigo), freedom (libertad) y afraid (temeroso -del germánico ex-fridu= sin paz-). También derivan de aquella raíz la palabra alemana freude (alegría), así como el alemán frieden y el holandés vrede, ambos con el significado de paz. El nombre propio Frida significa paz. Por su parte, en español se recibió la palabra franco (desembarazado, libre y claro de expresión), franqueza (libertad, exención) y franquear (pasar de un lado a otro; mostrar a otro el interior de uno). El nombre propio Francisco se deriva de aquel adjetivo.
Es curioso que fueran los aislados anglosajones, con su gran tradición de derecho consuetudinario (palabra derivada de la raíz indoeuropea “*s(w)e”, igual que ética y costumbre), los primeros en instaurar un sistema político representativo en Europa. Y que descendientes suyos, además de otros países del Norte europeo, fundaran, en Estados Unidos y con un océano separándolos del rey inglés y de la autoritaria, conflictiva y estadolátrica Europa, el primer y único sistema político representativo y con separación de poderes que existe en el mundo sobre un país de grandes dimensiones.
Finalmente, en las principales lenguas actuales de tronco eslavo, a la libertad le llaman svoboda (ruso), swoboda (polaco), svobode (esloveno) y eslobodo (eslovaco). Esas palabras derivan de dos raices indoeuropeas: “*s(w)e”, pronombre de tercera persona y a su vez reflexivo (su o uno mismo) y “*bheud”, que significa “ser, existir, crecer”, pero la terminación “–boda” procede de “ser” (en polaco ser= być; en ruso byt; en esloveno biti; en eslovaco byť). Por tanto, la libertad eslava significa etimológicamente “su ser mismo”; es un reconocimiento integral del «otro», en contraste no sólo con el «yo», sino con el «nosotros». No es de extrañar, con estos antecedentes, la exquisita penetración psicológica que muestran los grandes escritores rusos en la descripción de sus personajes. Desde luego, respecto a la libertad, los eslavos saben lo que dicen y, si lo dicen, lo saben. Es triste comprobar que la palabra esclavo proceda del griego bizantino esklavinós y éste de eslovĕnimŭ, como se llamaban a sí mismos los eslavos, víctimas de tratas en el Oriente medieval.
La más antigua inscripción conocida que se considera referida a la libertad fue escrita con caracteres cuneiformes sumerios (unos 2.500 años a.C.). Podría leerse “ama-gi” y traducirse por “volver a la madre”. La raíz “*amma” o “*ma”, voz onomatopéyica del niño al «mamar», se halla en lenguas de todo el mundo. Significa madre. De esa raíz se derivan nuestras palabras amor y amistad. La libertad greco-romana soltó ese noble hilo umbilical y perdida, temerosa y arrecida, se internó, enemistada con la verdad moral, en un sombrío laberinto paternalista repleto de ideas lógicas y de leyes ideológicas, para calentar su cuerpo frío junto al fuego falso del poder, junto a su cadalso. ¡Amantes de la libertad, seamos etimológicos!


Nota: No soy políglota ni experto en etimología. Ni siquiera buen aficionado. Aunque he tratado de no cometer ni un sólo error, quizá no lo haya conseguido. Pido disculpas. Las referencias etimológicas han sido extraídas de los textos:
» ANDRUSKIEWITSCH, Igor. “Atenas 1000 AC: 3000 años de Civilización Europea. Conferencia en “Cariátide, Asociación Argentina de Cultura Helénica”. 13 de junio de 2.000. Tomada de internet.
» BORDELOIS, Ivonne. Etimología de las Pasiones. Libros del zorzal. 2.006.
» COROMINES, Joan. Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Gredos. 1ª Ed.-1.961. 14ª Reimp.-2ª Ed.-2.010.
» Roberts, Edwuard.A.; PastoR, Bárbara. Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española. Alianza Editorial, S.A. 1ª Ed.-1.996. 7ª Reimpresión-2.009.
» STROMBERG, Joseph R. Freedom vs. Liberty.10-Julio-2.001. Historiador del Ludwig Von Mises Institute. Opúsculo en internet.
El asterisco antes de la raíz indoeuropea indica que son formas altamente probables en función de los actuales conocimientos. Animo a los lectores a enriquecer el despliegue etimológico y a librarse de los muchos prejuicios con que la demagogia política ha disfrazado y disfraza el lenguaje. He empleado un traductor de internet para añadir ejemplos de la familia lingüística eslava una vez acreditada la conexión de una palabra concreta, en alguna de sus lenguas, con la raíz indoeuropea correspondiente.

 
Paco Corraliza

Porque sentimos que no podemos vivir sin la persona amada



¿Por qué nos volveríamos adictos a otra persona?



La razón por la que la relación de amor romántico es una experiencia tan intensa y universalmente perseguida es que parece ofrecer la liberación de un estado profundamente arraigado de miedo, necesidad, carencia y falta de plenitud que es parte de la condición humana en su estado no redimido o iluminado. Hay una dimensión física y otra psicológica en este estado. En el nivel físico, usted obviamente no está completo, ni lo estará nunca: es un hombre o una mujer, es decir, la mitad del todo. En este nivel, la añoranza de la plenitud -el retorno a la unidad- se manifiesta como una atracción entre el macho y la hembra, la necesidad del hombre de una mujer, la necesidad de la mujer de un hombre. Es un impulso casi irresistible de unión con la polaridad de energía contraria. La raíz de este impulso es espiritual: la añoranza del fin de la dualidad, un retorno al estado de plenitud. La unión sexual es lo más cerca que usted puede estar de este estado en el plano físico. Por eso es la experiencia más profundamente satisfactoria que puede ofrecer el reino físico. Pero la unión sexual no es más que un atisbo fugaz de la plenitud, un instante de bienaventuranza. Mientras se busque inconscientemente como un medio de salvación, usted está buscando el fin de la dualidad en el nivel de la forma, donde no puede encontrarse. Usted recibe un atisbo tantálico del cielo, pero no se le permite habitar allí y se encuentra a sí mismo de nuevo en un cuerpo separado.

En el nivel psicológico, la sensación de carencia y de falta de plenitud es, acaso, aún mayor que en el nivel físico. Mientras esté identificado con la mente, usted tiene un sentido de sí mismo derivado del exterior. Es decir, usted obtiene el sentido de quién es de cosas que en últimas no tienen nada que ver con quién es usted: su papel social, las posesiones, la apariencia externa, los éxitos y fracasos, los sistemas de creencias, etcétera. Este ser falso, elaborado por la mente, el ego, se siente vulnerable, inseguro y siempre está buscando cosas nuevas con las cuales identificarse para que le den una sensación de que existe. Pero nunca nada es suficiente para darle una realización duradera. Su miedo y su sentido de carencia y necesidad permanecen. Pero entonces llega esta relación especial. Parece ser la respuesta a todos los problemas del ego y llenar todas sus necesidades. Al menos así parece al principio. Todas las demás cosas de las que usted derivaba su sentido de sí mismo antes, ahora se vuelven relativamente insignificantes. Usted tiene ahora un solo punto focal que las reemplaza a todas, da sentido a su vida, y a través del cual usted define su identidad: la persona de la que está ‘enamorado’. Ya no es un fragmento desconectado en un universo carente de afecto, o eso parece. Su mundo ahora tiene un centro: el amado. El hecho de que el centro esté fuera de usted y que, por lo tanto, usted todavía tenga un sentido de sí mismo derivado del exterior, no parece importar al principio. Lo que importa es que los sentimientos subyacentes de no plenitud, miedo, carencia y falta de realización, tan característicos del estado egotista, ya no están ahí. O sí? Se han disuelto o continúan existiendo bajo la feliz realidad superficial? Si en sus relaciones usted experimenta ‘amor’ y su contrario -ataque, violencia emocional, etcétera- es probable que esté confundiendo el apego del ego y la dependencia adictiva con el amor. Usted no puede amar a su pareja un momento y atacarla al siguiente. El verdadero amor no tiene contrario. Si su ‘amor’ tiene un contrario, entonces no es amor sino una fuerte necesidad del ego de un sentido más profundo y completo de sí mismo, una necesidad que la otra persona llena temporalmente. Es el sustituto del ego para la salvación y por un corto tiempo casi se siente como la salvación. Pero llega un punto en el que su pareja actúa de forma que deja de llenar sus necesidades, o más bien las de su ego. Los sentimientos de temor, dolor y carencia, que son una parte intrínseca de la conciencia egotista pero que habían sido ocultados por la ‘relación amorosa’, ahora salen a la superficie. Igual que con cualquier otra adicción, usted está en un punto alto cuando la droga está disponible, pero invariablemente llega un momento en que la droga ya no le hace efecto. Cuando vuelven a aparecer esos sentimientos dolorosos, usted los siente incluso con más fuerza que antes, más aún, ahora percibe a su pareja como la causa de esos sentimientos. Esto quiere decir que los proyecta hacia afuera y ataca al otro con toda la violencia salvaje que es parte de su dolor. Este ataque puede despertar el dolor de la pareja y él o ella pueden contraatacarlo. En ese punto el ego todavía espera inconscientemente que su ataque o sus intentos de manipulación serán suficiente castigo para inducir a su pareja a cambiar su conducta, de modo que pueda usarla de nuevo como protección de su dolor. Toda adicción surge de una negativa inconsciente a enfrentar el dolor y salir de él. Toda adicción comienza con dolor y termina con dolor. No importa a qué sustancia sea usted adicto- alcohol, comida, drogas legales o ilegales, o una persona- usted está usando algo o a alguien para ocultar su dolor. Por eso, después de que la euforia inicial ha pasado, hay tanta infelicidad, tanto dolor en las relaciones íntimas. Ellas no producen dolor o infelicidad. Sacan a la luz el dolor y la infelicidad que ya hay en usted. Toda adicción hace eso. Toda adicción llega a un punto en el que ya no funciona para usted y entonces usted siente el dolor más intensamente que nunca.75

Esa es una de las razones por las que la mayoría de las personas están siempre intentando escapar del momento presente y buscando algún tipo de salvación en el futuro. Lo primero que podrían encontrar si enfocaran su atención en el Ahora es su propio dolor y eso es lo que temen. Si supieran lo fácil que es acceder en el ahora al poder de la presencia que disuelve el pasado y el dolor, a la realidad que disuelve la ilusión. Si sólo supieran cuán cerca están de su realidad, cuán cerca de Dios. Evadir las relaciones en un intento por evitar el dolor no es la solución tampoco. El dolor está ahí de todos modos. Es más probable que tres relaciones fallidas en tres años lo obliguen a despertar que tres años en una isla desierta o aislado en su habitación. Pero si pudiera traer intensa presencia a su soledad, eso también funcionaría para usted.



Extraído del Capítulo 8 de” El poder del ahora” . Eckhart Tolle

TRANSFORMACIÓN




"El hecho de la observación altera al observador y a lo observado" Heisenberg

En el campo de la Psicología ha habido un gran descubrimiento. Se trata del poder curativo de la consciencia. Una capacidad que señala la gran influencia que tiene en sí misma, el puro darse cuenta. Por ejemplo, cuando somos capaces de "observar" de manera sostenida todos aquellos procesos de conducta que nos traen problemas, producimos transformaciones del patrón observado que conllevan nuevas opciones y programas más óptimos de acción futura.

En realidad, se trata de lograr mantener la atención sobre aquellas ideas y mecanismos que nos originan tensión y dolor ya que de esta manera, afloramos y resolvemos las viejas heridas "tapadas". Así, creamos una sabia y sanadora "distancia". Una medida que, como terapia sutil, permite nuevas posibilidades y sosiega el alma. Los grandes místicos y sanadores hindúes confirmaron este principio señalando que un conflicto "observado" es un conflicto resuelto. Y tal vez, desde la perspectiva científica de un Occidente prosaico y racional, uno se pregunte, ¿en qué se basa este axioma?.

Una respuesta a esta pregunta la ofrece la Física Cuántica al afirmar que el sujeto observador, mediante el acto de la simple observación, altera el objeto observado. Cuando, por ejemplo, se "observa" una partícula subatómica sucede que, automáticamente, ésta se ve afectada en su carga y en su órbita por la influencia de dicha observación. Evidentemente, el único contacto que ha existido en este hecho modificador ha sido el campo de consciencia desencadenado con la acción de observar. Y en realidad, observar, en términos de la propia persona, es tan sólo darse cuenta. Un hecho que nada tiene que ver con el pensamiento y sus elucubraciones, sino más bien con el acto instantáneo y neutral de atestiguar lo que pasa.

Cuando uno deviene espectador consciente de sí mismo y logra darse cuenta de sus propias máscaras, cuando indaga en sus reacciones y el modo en que su mente interpreta las cosas, si se da cuenta de la verdadera raíz de aquello que le duele y le inquieta, si pone atención en las justificaciones y autoengaños que su mente maneja, cuando observa los miedos soterrados y los anhelos que su corazón guarda, estará transformando el programa mental que los sustenta. Sucederá que las conductas automáticas se tornarán voluntarias y lo que antes le dolía y frustraba, ahora fluirá con calma.

Y, si además de devenir consciente de los procesos mentales, devenimos conscientes de que somos seres libres, habitantes del Universo, capaces de elegir las opciones que nos convengan y que, cada día, captamos mejor los aspectos más sutiles de las personas, estará naciendo al Testigo, a su verdadera identidad que todo lo observa. Un estado de conciencia análogo al de un espectador que no se identifica con los escenarios, tanto físicos como mentales, en los que se desarrolla su obra. El Testigo es la identidad Real del ser humano, una apertura, un claro Vacío y neutral, absoluto y supramental que, como cielo azul, vive inmutable mas allá de las nubes del pensamiento que, en cada instante, cambian de forma.

Fuente: Inteligencia del Alma - J.M. Doria


EJERCICIO

En este momento, te invito a observar el flujo de pensamientos que aparecen en tu mente. ¿te estás identificando con ellos? ¿te lo crees? ¿qué ocurre cuando crees tus propios pensamientos? ¿Dónde estás en ese momento? ¿Qué te hacen sentir? simplemente te invito a observar, permitir y dejar ir.... ¿quién es el que observa?